OPINION

En la tarde

Julio Fajardo Sánchez | Jueves 24 de julio de 2025

Miro el cuadro de mi abuelo que me sirvió de comienzo para el libro La Laguna. La luz que entra en el salón por la puerta abierta me invita a salir al exterior. Esa es la magia que encierra esta pintura. Es un día de verano. Yo tenía 9 o 10 años cuando lo miraba. Después de comer hacía una hora de reposo. Tenía la pierna derecha enyesada desde la cadera y esperaba impaciente para levantarme e incorporarme renqueante al juego con los otros niños. En los alrededores había más niñas que niños y yo estaba aprendiendo que ellas eran más propensas a la compasión.

Íbamos hasta la Colonia, que estaba al final del Cercado del Marqués, después de subir la cuesta por donde se lanzaban a toda velocidad las bicicletas. Allí había puertas cerradas y misteriosas para mirar por las rendijas al interior de una casa abandonada. Recuerdo las meriendas de pan con mermelada y el olor de los setos de romero que dividían los parterres del jardín. El aire era suave atravesando los pinos. El césped estaba crecido y necesitaba un corte. Yo me dejaba llevar por el tiempo y siempre llegaba el último arrastrando la escayola.

Leía mucho. Mi afición por la lectura empezó en aquellos años, o quizá antes. Desde que tengo memoria tengo un libro entre las manos. Alguien se atrevería a decirme que no soy escritor porque no me matriculé en Filología. Qué más da. La gente pierde mucho el tiempo discutiendo estas cosas. Nunca entendieron que se aprende el conformismo a fuerza de llegar el último, pero la vida es una carrera de fondo y al final, sin saber cómo, estás a punto de atravesar la meta antes que los otros.


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