OPINION

Nueva política: del neocomunismo al postfascismo

Marc González | Miércoles 28 de septiembre de 2022

Hace solo once años, aquella ola de indignación derivada de las injusticias de la anterior crisis económica-bancaria, convenientemente orientada por determinados intereses geoestratégicos -hoy lo sabemos bien-, culminó en lo que tenía que ser la supuesta regeneración de la vida pública española y desembocar en una 'nueva política' que, felizmente, superaría las estructuras nacidas de la Transición y vería nacer nuevas formaciones que respondieran a lo que realmente quería 'la gente'. Así, la voluntad de 'la gente', quedaba totalmente desligada de los resultados electorales, al menos de los anteriores. Era como si el sufragio universal y las elecciones libres por las que se había luchado en este país durante décadas no se correspondieran con lo que realmente deseaba 'la gente'.

Ya entonces debimos darnos cuenta que esa sustitución solo conduce a soluciones totalitarias, pero la operación de márquetin de la que nació Podemos y a la que intentó luego sumarse de forma oportunista Ciudadanos -formación previamente existente- estaba muy bien financiada y entonces coló, al punto que peligró seriamente la hegemonía de PP y PSOE. De Ciudadanos quedan hoy solo los palos del sombrajo, tras la cruenta guerra de egos en que se enzarzó. En cuanto a Podemos, sobrevivirá mientras sea la muletilla de los gobiernos del PSOE, pero su efervescencia queda muy atrás, por más intentos de Yolanda Díaz por seguir ordeñando esa famélica vaca moribunda mediante cirugía estética.

Vox mantiene aun cierto músculo, pero ya muestra indicios de decadencia o, al menos, de que no llegará a ser verdadera alternativa al PP y su papel se limitará al de apoyo de gobiernos de centroderecha.

De aquella indigestión de 2011 hoy nos quedan en los países democráticos dos deposiciones que evidencian en qué consiste realmente este engendro de la nueva política: El neocomunismo -aunque neo y comunismo sean, en sí mismos, antagónicos, porque el comunismo es el más viejo, rancio y criminal de los totalitarismos-, y lo que ahora se viene en llamar postfascismo, es decir, la derecha más conservadora que no hace ascos a su pasado totalitario, aunque de momento parezca haberse integrado en el juego democrático, aunque con cierta tendencia a la excentricidad y el autoritarismo, como observamos en algunos países europeos.

Definitivamente, para este viaje no hacían falta alforjas. Regresamos a versiones endulzadas y tuneadas de los totalitarismos populistas del siglo XX, que nos prometen soluciones mágicas como alternativa al parlamentarismo clásico de corte más o menos bipartidista.

No voy a ser yo quien defienda aquello en que se han convertido los partidos tradicionales, auténticos criaderos de políticos sin oficio ni beneficio, dispuestos a dedicar su existencia a vivir del presupuesto sin conocer lo que es el trabajo. Comparar los parlamentos estatales o autonómicos de las primeras legislaturas democráticas con los actuales resulta desmoralizante. El porcentaje de personalidades de prestigio se ha reducido hasta su casi completa desaparición, y en su lugar campan criaturas del kindergarten partidista dispuestas a todo por conservar el asiento, porque en la 'vida civil' no tendrían ni dónde, ni qué.

El parlamentarismo de las democracias occidentales precisa de un cambio, eso es evidente, pero me temo que las viejas recetas del comunismo y el fascismo, por más travestismo con que nos las presenten, no pueden ser la respuesta a esa necesidad.

Y, en España, tal vez sea la hora de regresar al parlamentarismo nacido de la Transición y a la prevalencia de los políticos no profesionales, con vida propia, aunque en ese tránsito quienes sin duda más van a resistirse son todos aquellos que, fuera de la cobertura del partido, no tienen ni dónde caer muertos.


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