OPINION

¿Turismo vándalo o vandalismo del turismo morralla?

José Luis Azzollini García | Lunes 25 de julio de 2022

En mi conciencia aún me quedan restos de alguna mala experiencia tenida cuando trabajé en el Turismo. Fue duro vivir de cerca lo que en algunos puntos estratégicos de nuestra geografía nacional, se ve con más frecuencia de la deseada. Hablo del vandalismo puro y duro practicado por quien nos visita, mezclado entre los millones de turistas que vienen a nuestras zonas de ocio.

Hace un mes he podido ver, en uno de esos flases noticieros que nos llegan a través del móvil, como un grupo de jóvenes saltaban una valla y se colaban en una piscina privada de algún complejo en el sur de Gran Canaria. La noticia, creo que iba una vez más, buscando el rechazo hacia una gente que ha entrado de forma irregular en nuestro territorio, así que no entraré a ese “trapo”. Pero el hecho me sirve para sacar conclusiones, recordando la gran “metedura de pata” que tuve cuando controlaba las contrataciones de mi empresa con los tour operadores, en mi etapa laboral en el entorno turístico. Todo esto se ha certificado, en estos días, con la actuación incívica de unos viajeros en un avión procedente de UK.

En un verano concreto -¡qué más da el año!- , se me presentó la oportunidad de firmar un contrato de colaboración con un grupo que, desde El Reino Unido, me traería un cupo importante de turismo joven al complejo que teníamos en el sur de Tenerife. El contrato, con este operador, -de nombre que dejaba claro las edades de su clientes-, le reportaría a mi empresa beneficios interesantes, -garantía de ocupación alta y pagos por adelantado-. ¡Un éxito de contrato! No había letra menuda pero, tras la experiencia vivida, he decir que la letra no entró con sangre, pero si, con mucho sudor, desasosiego, noches de insomnio, actuaciones policiales y un largo etcétera de sinsabores.

Los dos primeros meses de vigencia del contrato -hablamos de la temporada de verano-, mayo y junio, fueron un auténtico derroche de virtudes y parabienes. Todo marchaba según lo previsto, tanto en ocupación como en los beneficios económicos esperados. Mantenían un guía residente en el complejo -Mark, se llamaba- que era una de esas personas absolutamente colaboradoras. Un chico con una responsabilidad y sensibilidad con la dirección del complejo, alejada de toda duda posible. Pero -en todo lo bueno, siempre hay un pero- llegaron los meses fuertes del verano, julio, agosto y gran parte de septiembre, y con ellos, se abrieron las nubes, brilló el sol a rajar y el mar se hizo más apetecible si cabe. Pero también se abrieron las tierras y el infierno abrió una ventana, por donde salieron todo tipo de seres sin alma pero con muchas ganas de montar juerga y follón allá donde se pudiera o nadie mirara. Parte de esa turba, me llegó en calidad de clientes. Tras la llegada del primero de los grandes grupos, ya se intuyó lo que pasaría en días, semanas y meses siguientes. Un dato que se me ha olvidado mencionar, es que el complejo que yo representaba, estaba constituido por unidades suficientes como para alojar a un número importante de clientela y no es por nada, pero la comercialización nos iba muy bien. Así en el momento del que hablo, en dicho establecimiento, se encontraban disfrutando de sus vacaciones un gran número de “familias” inglesas, alemanas, belgas, holandesas y alguna española. Dato importante, para comprender -pónganse en lugar del resto de clientes- lo vivido en esos meses veraniegos.

Cada mañana, comenzaba el día con el equipo de mantenimiento recogiendo todo lo que era susceptible de moverse y ser lanzado dentro de la piscina más cercana a la zona donde habíamos decidido ubicar a esta tropa -se colocaron carteles sugiriendo el uso del resto de piscinas para evitar la interacción-. Hasta el mediodía, teníamos de tiempo para ir recogiendo y ordenándolo todo pues, pasada esa hora, comenzaba a despertarse la muchachada y, claro, había que comenzar a controlar la conexión entre los distintos perfiles de clientes que teníamos. Las veces en las que tuvo que intervenir nuestros ángeles custodios -¡viva la guardia civil!- fueron tantas, que ya parecía como si tuviéramos dentro, una sucursal del cuartel de Playa de las Américas. Y le tocó a la Benemérita, porque en la época que relato, no se había instalado aún la Policía Nacional. La Policía Municipal, bastante tenía para controlarlos cuando salían a la calle. Porque salir, salían en grupos. ¡Grandes grupos! y se sabía por dónde habían pasado porque, tras de sí, solían quedar las alarmas de los coches anunciando su paso. Los daños dentro del complejo, fueron bastantes, aunque los pagaban en su totalidad quienes los causaban. Tras una ocasión -en las primeras marabuntas- en la que estuvieron cuatro horas en el restaurante declarando ante los agentes de la guardia civil y con bastantes posibilidades de verse expulsados del hotel, quedó claro que nombrar a este cuerpo de Seguridad del Estado, ejercía una presión en su cerebro que les hacía retornar a posturas menos “alborotadoras”. En algún caso, no quedó más remedio que expulsar a algún hooligan; pero casi siempre, entre el guía y la dirección, se conseguía, nombrando siempre a San Guardia Civil, que las aguas se recondujeran.

Todo no fue malo, pues los beneficios económicos que dejaron estuvieron a un nivel poco recordado. Pero claro, había que tomar decisiones para futuras contrataciones y así se hizo; lo que significó el no volver a contratar con este operador turístico, además de pedir mil disculpas y garantizar la tranquilidad futura, al resto de agentes turísticos con los que trabajábamos.

Pero ¿qué me quedó a mí? Mi rédito, vino de la mano de la señora experiencia. Aprendí que además de hacer ganar dinero a quien me contrataba, no debía jugar con su prestigio y con el pan de quienes vivían bajo el mismo paraguas. ¡Una y no más!

Pero, como he anotado, la experiencia me ha servido para saber que: detrás de cada balconeo, detrás de cada bullicio, detrás de cada alboroto tumultuario con hooligans, puede que exista alguien metiendo la pata.

Que son gente que deja dinero tras su paso, es una realidad. Pero, no es menos realidad que dichos grupos practican, también, la máxima que se decía de Atila. Y eso, estimados, es algo a ser evitado. En esta ocasión, la parte política, teniéndola, tiene menos responsabilidad que la empresarial y que, sobre todo, la directiva. Todos tienen su coparte en el negocio del turismo. Los primeros por seguir apostando por llenar todos los solares libres, de plazas hoteleras que habrán de ser ocupadas aun cuando vengan las vacas flacas. A la parte empresarial, por no aceptar, casi nunca, que a veces un setenta por ciento de óptima clientela, es más beneficioso que el cien por ciento de barullo. A los directivos, solo les digo que hagan uso de sus propias experiencias y actúen en consecuencia. Si no tienen las suyas, les cedo, con gusto la mía.

Muchas veces el ruido no deja contar las nueces y cuando eso sucede, es mejor pensar en las consecuencias. Las nueces vendidas en pequeñas bolsitas son mejor elegidas, que las que se venden a granel. ¡Bendita calidad!


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