Son aquellos que llegan al poder con grandes promesas y discursos grandilocuentes, pero se pierden rápidamente en la comodidad del cargo y el confort de los despachos. Su falta de visión, valentía y compromiso con el bien común, como servicio público, los convierte en la personificación de la mediocridad.
En lugar de liderar, se limitan a justificar su inacción, culpando a otros de sus errores. Desconectados de la realidad económica y social, ignoran las necesidades empresariales o ciudadanas y anteponen siempre sus intereses personales, partidistas e ideológicos. Convierten la política en un escenario de auto prebendas, excusas y oportunismo, en lugar de un espacio de servicio y progreso.
El fracaso político no siempre se mide por la derrota electoral, sino por la incapacidad de transformar las palabras en hechos, de dejar un legado positivo o de asumir responsabilidades. Son el reflejo de una clase dirigente que olvida que gobernar es servir, no sobrevivir a expensas de los demás. De estos hay muchos, más de lo aceptable higiénicamente
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