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Los niños muertos

Por José Manuel Barquero
miércoles 10 de septiembre de 2025, 00:14h

Cada día circulan por las carreteras miles de ciclistas aficionados. No hace falta ser uno de ellos para imaginar lo que puede suceder si derribas las vallas de seguridad al paso de un pelotón profesional circulando a más de sesenta kilómetros por hora. Esta acción violenta se organizó esta semana en una etapa de la Vuelta a España con final en Bilbao, en protesta por las imágenes infames de sufrimiento que nos llegan desde Gaza. La organizaron los mismos individuos que hace unos años celebraban que ETA reventara una casa cuartel de la Guardia Civil. Sira Rego, la ministra comunista de Juventud e Infancia del gobierno de Sánchez, calificó las protestas propalestinas en la Vuelta como “una lección de humanidad”, sin llegar a concretar la diferencia exacta entre la muerte por un bombazo de un niño en Gaza o en Zaragoza.

No hace falta aclarar que, la mayoría de personas que nos sentimos horrorizadas por las consecuencias sobre la población civil de una campaña militar injusta, desproporcionada y contraria al derecho internacional que está desarrollando el gobierno de Netanyahu, no somos proetarras. Es más, algunos también nos llevamos las manos a la cabeza no hace mucho ante las horribles masacres de civiles indefensos que provocaron en Siria medio millón de muertos, o trescientos mil en Yemen. También hubo allí niños, abrasados por armas químicas. Eran tiempos en los que la Vuelta a España circulaba sin problemas.

En el siglo del capitalismo financiero y las mega fortunas tecnológicas, la fotografía de un bebé muriendo de hambre en un hospital en ruinas a una hora en coche de un hotel de cinco estrellas, es tan devastadora que anula la capacidad de análisis de un conflicto milenario. Pero al menos deberíamos intentarlo. Es curioso que ese esfuerzo se haga para tratar de entender las razones por las que Hamás se embarcó —hoy se cumplen 23 meses— en aquella orgía de sangre y destrucción que provocó en poco más de 24 horas la muerte de 1195 personas, la gran mayoría civiles israelíes, entre ellos 36 niños. Visibilizar de nuevo el conflicto palestino, provocar la respuesta del enemigo sionista, alejar a Arabia Saudí de cualquier pacto con Israel, aterrorizar a los colonos judíos para radicalizarlos y volver a la espiral acción-reacción-acción…

Todo está muy bien, pero pocos se preguntan las razones por las que el único gobierno democrático de la región, con relaciones comerciales y diplomáticas con los principales países del mundo desarrollado, decide saltarse a lo bestia toda la legalidad internacional. En qué momento y por qué razón al primer ministro de Israel deja de importarle la opinión pública internacional y la imagen de su país en el extranjero. Con su respuesta militar desmesurada, Netanyahu deja sin argumentos a quienes defendemos el derecho de respuesta de Israel frente al terrorismo yihadista. Pero, ¿alguien piensa de verdad que un primer ministro que lleva más años en el cargo de los que permaneció Ben Gurion está loco? Formar gobierno una y otra vez consiguiendo el apoyo de uno de los parlamentos más atomizados del mundo no es tarea para enajenados.

Ya digo que no todos los manifestantes pueden ser expertos en el conflicto de Palestina, pero conviene recordar que fue Ariel Sharon, otro halcón del Likud que terminó fundando un partido centrista en Israel, el que ordenó a su ejército evacuar Gaza hace 21 años. Quince meses después, Hamás ganó una elecciones legislativas en Gaza, y al poco asaltó el edificio de la Guardia Presidencial para desalojar de allí a Fatah, el brazo político de la OLP que presidía la Autoridad Nacional Palestina. Desde entonces, en 2006, Hamás no ha vuelto a ganar unas elecciones. Tampoco le ha hecho falta, porque no se han celebrado. En su ideario se mantiene el objetivo de exterminar el estado de Israel, y el uso del terrorismo como arma legitima para ello.

La solución de los dos estados, es decir, reconocer un estado palestino, es aceptada de manera explícita o implícita por la mayoría de partidos con representación en la Kneset, excepto por la minoría ultraortodoxa que aún sueña con el Gran Israel, un delirio que guarda paralelismos con el del fundamentalismo islámico. Los extremos no sólo se tocan, sino que se necesitan para sobrevivir. Netanyahu ha llegado a la conclusión de que esa solución es imposible con Hamás controlando Gaza, y ha decidido extirpar el problema con cirugía altamente invasiva, sin reparar en los daños colaterales. El tiempo demostrará que es una decisión errónea, además de ilegal e inmoral.

Mientras tanto, la izquierda internacional que encabeza Pedro Sánchez en su cruzada propalestina, no pierde el tiempo en estudiar las razones por las que la izquierda israelí se estrella una y otra vez en las urnas. Escuchar al ministro Albares comparar a Putin con Netanyahu a la hora de excluir a Israel de cualquier competición deportiva provoca sonrojo. No sabemos si alguno de estos dos llegará a responder ante el Tribunal de La Haya por crímenes contra la Humanidad. Lo que resulta seguro es que uno responderá ante sus ciudadanos en unas elecciones libres, y el otro no.

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