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La crisis del verbo perdonar

Por Juan Pedro Rivero González
jueves 23 de marzo de 2023, 05:00h

Cualquiera que se aproxime, con una mirada rigurosa, a la sociedad en la que vivimos, además de los descriptores positivos de avances tecnológicos y de servicios públicos de nuestra europea condición de primer mundo, puede darse cuenta de nuestra incapacidad para darle protagonismo al perdón. Se nos llena la boca de términos como empatía, inteligencia emocional, psicología positiva, pensamiento crítico y gestión de la frustración, pero hemos amputado la hermosura de conjugar con facilidad el verbo perdonar. Somos implacables. El que la hace la paga. Y hemos ampliado el horizonte de la debida “tolerancia cero” en temas de especial gravedad, para convertirnos en verdaderos intolerantes de toda postura contraria a la nuestra.

Vivimos como si nadie pudiera errar, porque las consecuencias siempre serán graves. Y lo mismo va a ocurrirle al que se equivoca involuntariamente que al que, conscientemente, realiza una maldad. No hay espacio para el error. No hay capacidad de rehacer las relaciones rotas y de buscar caminos de restauración de relaciones perdidas.

Pareciera que la capacidad de perdón se va manifestando inversamente proporcional al desarrollo tecnológico y al nivel de bienestar que poseemos. No es buena esta incapacidad de misericordia y compasión con quienes fallan. Porque si no, tarde o temprano, volveremos a la dureza de los campos de concentración o de los trabajos forzados. La prisión como sistema de reinserción social está en el tuétano de nuestra civilización y, cuando menos, en teoría, es una modalidad de perdón social.

Una sociedad endurecida, encasquillada, incapaz de superar la crispación que producen las diferencias, es contraria al pluralismo como actitud de diálogo y de reconocimiento de los demás como dignos, aunque se equivoquen.

Cuando Saulo pidió al Sanedrín cartas de encomienda para ir a Damasco en busca de los primeros judíos conversos a Cristo, entendidos por él entonces como una secta del judaísmo oficial, no se imaginaba lo que le ocurriría por el camino. Y cuando, ciego y destartalado en sus convicciones, llegó a la ciudad de Damasco, muchos cristianos tuvieron dificultad para acogerles en el seno de la comunidad. ¿Cómo perdonar a quien había sido cómplice del derramamiento de sangre de hermanos nuestros?

Nos cuesta vivir la propuesta de Jesús de perdonar setenta veces siete. Ya llegar a siete es heroico en nuestro suelo. El perdón no es reconocido como virtud fuerte, sino como debilidad y torpeza. Y eso tanto dentro como fuera de la comunidad cristiana. Duele mucho más esta incapacidad en el seno de una comunidad que pretende vivir los ideales propuestos por Jesús de Nazaret. Y haberlos, los hay.

Si quieres ser feliz, debes comenzar a conjugar bien el verbo perdonar.

Juan Pedro Rivero González

Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

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