Clarita tenía un guachinche en La Victoria. Tenía los cacharros como los chorros del oro y se hacía ella misma los trajes para irse a las fiestas. Los sábados y los domingos cerraba temprano para escaparse a los bailes de La Baranda. Hacía unos arroces caldosos estupendos y se había casado con un guardia civil de la península. Ya él se había muerto cuando empezamos a ir por allí. Llevábamos a los amigos que venían de fuera y siempre nos hacía quedar bien. Una vez vino Juanjo Otamendi, con su mujer, Rosa, y salieron encantados.
Clarita ponía una cesta con frutas a la entrada y para el postre estaban riquísimas. Vivía en lo alto y vendía el vino de su hermano. No sé si cerró por esto o porque volvió a enrollarse con un miembro del cuerpo benemérito. Creo que se fue a trabajar a la Residencia de Suboficiales. En aquellos años salíamos casi todas las semanas y Clarita era una parada obligatoria. Una vez me llevó a visitar a su padre, que estaba en cama, porque veía la Bodega de Julián y le hacía ilusión conocerme.
Clarita era muy alegre y buena cocinera, además de emprendedora. Una mujer para una medalla, de las que hoy se llaman empoderadas. No sé qué ha sido de ella. Cada vez que pasamos por allí nos acordamos y preguntamos si volverá a abrir, pero no nos caerá esa breva. Siempre tenía algún maromo en la barra, con una cuarta, pero yo creo que más que el vino lo que le gustaba era ella. Cuando se nos hacía tarde, después de comer, nos dejaba estar un rato más y luego la veíamos salir perfumada, con aquellos trajes que parecían las telas que se ponía la Coccinelle. Nos enseñaba las fotos posando con los modelos que se hacía. Uno de nuestros amigos bailó una vez con ella y lo dejó un par de días oliendo a Chanel nº 5. Clarita podía ser la Mararía de Rafa Arozarena, pero más gordita, más dispuesta y más atrevida, y me imagino que con los cacharros más relucientes.
Antes los guachinches tenían estas cosas, y hacías amigos y había lealtad y confianza. Ahora salen en las páginas del facebook y ya no es lo mismo. Dentro de poco acabarán por poner un karaoke, si es que no lo tienen ya. Clarita se fue al Cuerpo, no sé si a poner orden, y allí debe seguir bruñendo los calderos de los picoletos, porque en eso es como la real Academia: limpia, fija y da esplendor. Lo pasábamos bien en casa de Clarita. De ves en cuando sacábamos la guitarra y ella llamaba a unas vecinas que cantaban pensando que yo las iba a llevar a la televisión. Fueron unos años fantásticos aquellos.