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“Carnaval de la televisión”

Por José Luis Azzollini García
lunes 05 de febrero de 2024, 11:55h

Los carnavales, les pongan la etiqueta que deseen ponerle, se nos han echado encima. ¡Como si hiciera falta ponerle el título televisivo para saber disfrutar de la fiesta más llamativa y popular de Tenerife! Las murgas ya han afinado lo suficiente y perfilado sus letras para salir al escenario. ¡Comienzan a hacerlo casi terminando la edición anterior! Las comparsas ya tienes sus caderas dispuestas para moverse al ritmo que marquen sus batucadas. ¡Parece como si esa maquinaria de mover el cuerpo no hubiera parado ni para descansar algún mes! Las rondallas se han estado preparando para que sus voces suenen al unísono y dejen claro al mundo, que el carnaval chicharrero, no es solo de las mascaritas y las batucadas. Los grupos coreógrafos seguramente estarán controlando que sus equipos de audio no fallen en sus actuaciones; y por supuesto, la gran masa del carnaval, los auténticos “hacedores” de que este carnaval se cuente como un éxito más de las buenas formas y la sana diversión, ya tendrá sus disfraces a punto para cuando llegue ese esperado viernes que nos saca a todos a la calle. En mi caso reconozco que cada vez más, consigue sacarme, pero de la isla; Así y todo, sigo sintiendo que el carnaval es y debe seguir siendo la gran fiesta tinerfeña y por extensión, de toda Canarias.

Recordando lo que era el carnaval en mi etapa más joven, me han venido a la mente, aquellos quioscos de estudiantes en la trasera del Cabildo, donde a base de guitarreo, se ponía música a la letra de “me gusta la bandera”. La gente preparaba sus disfraces, casi con cualquier cosa. Aunque ya lo de usar máscara y meterte con los amigos, se consideraba como cosa del pasado; aún en mi etapa, había algún grupo que seguía tirando de mascarita para disfrutar de ese tipo de broma. Fuera lo que fuera, siempre se hacía dentro del respeto y de las buenas formas.

Recuerdo disfraces espectaculares con los que te reías un buen rato por las ocurrencias de la gente. Un señor ataviado con traje de pescadora de las que vendía su género pateando las calles con el rolete[1] de tela en la cabeza para hacer más llevadera la pesada carga, se convertía en todo un personaje. Aún recuerdo verlo sentado en el bordillo de la calle de bajada en la plaza de la candelaria -antes tenía, en cada lado, una calle rodada de subida y otra de bajada-, vendiendo su género como si fuera una auténtica pescadera ambulante. Lo curioso del tema era que el pescado era de verdad. ¡Ya podrán imaginar el “tufo” que salía de aquella sereta! Naturalmente, la gente para oír sus desvergüenzas, le hacía preguntas relativas a la frescura del pescado, y la respuesta del individuo no se hacía esperar: ¡Tú tampoco estas muy fresca que digamos! Y cosas peores relativas al olor, que no repito por lo del decoro.

Mi hermana, un año, se disfrazó con sus amigas de gitanas-pitonisas y les leían la mano a quien quisiera, y después pedían la voluntad -normalmente cogían a algún incauto conocido de alguien del grupo que, a su vez, informaba de todo lo que debía saber la echadora de turno-. Al final del carnaval, con lo recaudado, y recaudaban bastante, se marcaban una comida de nivel y risas.

Mi madre, que era muy carnavalera, salió un año junto con un amigo del barrio a quien también le gustaba el tenderete, vestidos como las congoleñas que van vendiendo collares sentadas en los bordillos de la calle. Además de pasarlo de miedo -ambos tenían un humor lo suficientemente contagioso para divertir y divertirse- consiguió vender toda la bisutería que tenía parada en el escaparate de su estanco-bazar, sin perder mucho en la transacción. ¡Sin pretenderlo, había inventado el “Black Carnaval”!

Las murgas, en mi época, aún cataban en las calles. Se agrupaban en los puntos neurálgicos -Plaza del Príncipe, La Candelaria, Plaza España, Escalones del Teatro Guimerá, etcétera- y allí exponían lo más granado de su repertorio, al tiempo que los novatos, vendían el libreto por un módico precio. Hoy en día, si no hay micrófonos, luces y subvenciones, parece que no se sienten motivados. También su nivel de crítica ha bajado tantos enteros, que ya casi se han convertido en coros celestiales que arrullan a los bebés políticos, para que no se incomoden y les dé por reducir la cuantía de las subvenciones.

Normalmente todo el carnaval se concentraba en la época de la que hablo -1970-2000- entre la calle de San José, la de Villalba Hervás, Plaza del Príncipe, Alameda del Duque Santa Elena, Plaza de la Candelaria, Plaza de España y Aledaños del Cabildo. Aún estaba abierto al público el recinto del Cine Victoria y allí es, junto al Círculo de Amistad XII de Enero y el Casino, donde se llevaban a cabo los grandes bailes en recintos cubiertos. Pero, como vengo anotando, el verdadero espectáculo, estaba en la calle. Empezabas un viernes -no hacía falta ninguna cabalgata anunciadora como ahora- y terminabas el martes con el gran coso del Carnaval. Bueno, más que terminar se hacía un paréntesis hasta el sábado siguiente, llamado sábado de piñata. Después se retomó el entierro de la sardina -miércoles de ceniza- y la espera para seguir con la fiesta, se acortó considerablemente. Lo justo, para aclarar algo la voz y las fuerzas.

Hoy en día, El recinto carnavalero, llega a la zona de La Plaza del “Orche”. ¿Ya no cabe tanta gente en los anteriores emplazamientos? En lo esencial sigue todo más o menos como era en mi época juvenil, aunque en estos momentos, algo más teledirigido. Lo que si se ve es que, una fiesta que comenzó siendo del pueblo, se ha ido transformando en un evento lúdico-político-festivo, donde parece que, sin la presencia del politiqueo, no podría llevarse a cabo. Y, si no, que le pregunten al Sr. Alcalde de Santa Cruz, por lo de traer una copia de la “gala Drag”. ¿Copia? ¡Desde cuando el Carnaval Chicharrero, ha tenido que copiar nada para hacer su fiesta! Sugiero, que si desde el Ayuntamiento se desea seguir siendo líderes en esto de las carnestolendas, que piensen en organizar la fiesta de los “Carnavales de Canarias”. Hacer un emotivo y merecido homenaje a todos los carnavales que coexisten en nuestras islas, podría ser un tremendo espectáculo para llevar a la Avenida de Anaga en plan Coso de Don Carnal. Podría ser ese producto tan vendible que buscan, turísticamente hablando. ¿Se imaginan? Comparsas, murgas, reinas y reinonas desfilando junto a Indianos, Diabletes, Arretrankos y Achipencos, Carneros, Buches, etcétera.

¿Qué los “San Fermines” tienen chupinazo?, pues los carnavales han de tener pregón y con artistas consagrados. ¡Será por dinero! ¿Cuántas orquestas contratamos? ¡Qué menos! que poner una en cada punto neurálgico. ¿Nos marcamos otro Record? Cueste lo que cueste, nos traemos a un artista asequible… alguien así como… “Gloria Stephan” cantando junto al “Gran Combo de Puerto Rico”, que sirva de telonero de Pepe Benavente Y, olvídense del tema dinero, ¡por Dios! Ya se sabía que esto de ponerle apellidos al carnaval del pueblo, iba a traer cola… y lo que te rondaré, morena. ¡Me conoces, mascarita!

[1] Rolete.- En canario, se llamaba así a un rollo de tela que se ponía en la cabeza para amortiguar la carga que se portaba (cesta de pescados, tinajas, caldero, o lo que se terciara)

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