OPINION

Segovia, la sencillez

Opinión mallorcadiario.com

Jaume Santacana | Miércoles 23 de septiembre de 2020

He disfrutado del inmenso placer de degustar Segovia durante toda una semana. Solo -por aquello de que vale mas solo que mal acompañado- he disfrutado de siete días, siete (en puro léxico taurino) en esta magnífica ciudad castellana, cuna de tanta cultura y estandarte de una civilización que perdura en el tiempo y mejora como el buen vino.

Segovia es, básicamente, una ciudad sencilla. En muchas ocasiones se asocia el adjetivo “sencillo” con lo simple; no es cierto. La sencillez es más que una virtud: es la culminación de lo concreto, la eliminación de todo aquello que se muestra como superfluo, el recorte de lo superficial y la sublimación de lo esencial.

En este sentido, la ciudad castellano-leonesa reúne este calificativo con todos los honores. La mesura es otra de sus bondades. Sus 54000 habitantes son más que suficientes para forjar una población a la medida justa de su encanto. No es un pueblo ni tampoco es una urbe desmesurada. Para que nos entendamos: tiene de todo y le sobra lo demás.

Su orografía es realmente curiosa: dos ríos, dos, con sus correspondientes alamedas -preciosas y cuidadas con mucho cariño- configuran una pinza natural; entre el Eresma y el Clamores (no me dirán que este último posee un nombre gracioso y saleroso) se alzan una serie de altibajos que dan un curioso relieve a la ciudad. Los términos “liso” o “llano” no figuran en su estructura urbana. Los dos vértices, las puntas de lanza de Segovia, son de un renombre portentoso: el acueducto romano y el Alcázar. Y, en medio, cruzando los cuatro puntos cardinales, las calles, plazas, plazoletas y recovecos no tienen otra cosa más importante que hacer que subir y bajar sin cesar. Casi no hay reposo; en todo caso, los dos únicos espacios en los que uno no se inclina excesivamente son la Plaza Mayor (bellísima y con tres edificios que la enmarcan a la perfección: el Ayuntamiento, el Teatro Juan Bravo y la fabulosa Catedral) y la Plaza del Azoguejo donde se eleva el acueducto de una belleza suprema y de una eficacia -en su momento- sin rival. Por cierto, esta curiosa palabreja “Azoguejo” proviene del castellano antiguo “azogue”, el lugar en el que se efectuaba el trato y comercio público. Queda dicho.

Por sus humanas dimensiones, es posible obtener unas maravillosas vistas de los tres monumentos principales desde multitud de ángulos. Sin dejar de lado estas tres estrellas monumentales, la ciudad esta repleta de iglesias y conventos que exhiben un románico espectacular por su delicadeza artística y su situación.

Durante mi estancia en Segovia. Me ha sido posible entablar relación con sus ciudadanos: gente buena por principios eternos, de carácter recio y asequible, algo tímidos y, a la vez, muy hospitalarios; personas no manchadas por la polución ni por los agobios propios de las ciudades dormitorio en las que el anonimato firma su quehacer cotidiano.

Créanme ustedes: déjenlo todo y se paseen por Segovia; caminen por sus alamedas y renueven las bellas palabras que dejó escritas Antonio Machado. Pero, esos sí, no se amontonen; no se aglomeren: dejen respirar a los segovianos, que no les falte el aire limpio que circula desde la sierra.

Y, ya puestos, degusten ustedes un buen cochinillo acompañado de unos sensacionales judiones. ¡Ya me contarán!

Sean buenos y cumplan las normas sanitarias que recomienden los médicos, que ellos saben de qué va el asunto.


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