OPINION

«¿Inusitada efervescencia?»

Juan Pedro Rivero González | Jueves 26 de marzo de 2020

Creo que sí, que ha sido el efecto de una inesperada situación que nos ha generado un sentimiento de sorpresa por lo inusual que está siendo. No solemos estar recluidos en casa como efecto de un decreto del Gobierno de la nación para evitar el contagio en una situación de pandemia. Sí, está siendo una situación inusitada. Y, evidentemente, por inesperada, ha generado cierta agitación, y nerviosismo; una efervescencia emocional, sí. Que se está dejando ver en las redes sociales que, como ellas mismas son, reflejan la realidad y la vida social, de personas y de grupos.

Y en esta situación, cada uno intenta hacer lo que puede, respetando las normas que se nos dan y manteniendo encendido el espíritu de la propia identidad. Tal vez nos equivoquemos, o reaccionemos de manera desmedida, o no tengamos en cuenta el sentido común. Puede que sí. Puede que las retransmisiones de las celebraciones religiosas en las redes sociales sea efecto del nerviosismo, y que sea un verdadero bombardeo exagerado, y que algunos sacerdotes pretendamos justificar nuestro sacerdocio alimentando una costumbre atávica de quienes no pueden acudir ahora a su templo parroquial. Puede que sí.

O puede que no. Porque, a mi juicio, que solo es el mío y, como tal, meramente personal, o sea, individual, la realidad puede ser observada desde otras perspectivas. Nada tiene una única perspectiva. Y, suponiendo la perspectiva anterior, y dándole el valor que en sí misma puede tener, también podemos entender que las personas pueden contemplar el misterio a través de un signo externo que evoca la presencia de lo trascendente y ante el cual se despierta el espíritu de adoración. Puede que no sea una costumbre atávica la de mi madre, y la de tantas otras personas que llevan tatuado en su alma el ritmo diario de participación en el misterio de la Eucaristía. Puede que para un grupo concreto, un lugar preciso, un espacio celebrativo determinado, en el que han experimentado a Dios tantas veces, impedidos ahora por esta inusitada realidad que nos tiene en casa a todos, sea un verdadero espacio sacramental que entra en sus hogares por la puerta de una red social. Puede que ocurra esto, también.

Porque, de hecho, la participación activa, consciente y fructuosa, cuando es físicamente posible, no deja de ser también contemplativa. Y todos contemplamos con los ojos de la fe lo que nuestras manos tocan sobre el altar o lo que nuestros oídos escuchan proclamado desde un Libro. Signos o señales de una presencia trascendente.

Puede que esta efervescencia nos haga tomar decisiones equivocadas, o sea un accidente, o una falta de previsión sesuda, o una actitud errada. Pediremos perdón entonces. Mientras tanto, aunque sea una personal y equivocada interpretación, también, puede ser una hora de gracia y una oportunidad. Como decía Francisco «(…) prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades» (EG 49).