Bueno ya estamos salvados, se va a eliminar el aforamiento de los políticos. Una vez más me siento una rara avis en este mundo de patriotismo-que-no-es-nacionalismo y de Venezuela-es-una-democracia, porque no siento la más mínima necesidad de celebrar la decisión. En serio, no veo que el aforamiento suponga ningún problema que no sea estético.
Para que lo tengamos claro, porque veo a muchos “embullats”, aforamiento no significa inmunidad. Inmunidad es que no te puede juzgar, y en España sólo la tiene el Rey. Me parecería perfecto que se eliminara para todas las acciones que quedan fuera de su estricto ámbito de “reinar”. Dicho en román paladino, si al Rey se le ocurre ir sembrando el mundo de hijos fuera de matrimonio pues los Juzgados lo tienen que obligar a cumplir con sus obligaciones paternales.
Pero ‘aforamiento’ lo único que significa es que en vez de conocer de una denuncia o querella un juzgado de instrucción lo hará un Tribunal Superior o el Tribunal Supremo, lo que nos muestra que la primera consecuencia es que el político pierde de entrada y como mínimo una instancia a la que recurrir en caso de ser condenado.
Si a alguien malintencionado se le ocurre pensar en la improbable posibilidad de que los aforamientos tienen que eliminarse porque los Tribunales Superiores -y sobre todo el Supremo- son un nido de corrupción y tráfico de influencias, también ha de tener en cuenta que si el condenado recurre una sentencia igualmente irá a parar al Superior o Supremo, por lo que la eliminación de los aforamientos tampoco no habrá supuesto gran paso adelante en este sentido.
Por lo tanto, eliminar los aforamientos es casi lo mismo como aprobar que el impuesto de Transmisiones Patrimoniales y Actos Jurídicos Documentados sobre las escrituras de hipoteca la pagarán las entidades de crédito: queda muy estético, pero el fin del camino es el mismo.
Conclusión: es la técnica de Tomasso di Lampedussa, hacer ver que todo cambia. Quien se la trague allá él.