OPINION

Las dos Cataluñas

Jaime Orfila | Sábado 23 de diciembre de 2017
Los ciudadanos de Cataluña, por segunda vez y con pleno conocimiento de causa, han vuelto a entregar la mitad de los escaños a dos bloques políticos contrapuestos y enfrentados. Lo han hecho con una participación histórica y ajenos a la excepcionalidad de la consulta. Han castigado, sin compasión, las siglas que habían manifestado su voluntad de tender puentes de entendimiento. La coalición que daba soporte al bloque independentista se presentó en listas separadas, emancipadas, totalmente desvinculadas. Con el claro objetivo de traicionar su independencia partidista para formar gobierno. Aun así, el apoyo de los anti-todo se mantiene imprescindible, para inclinar la mayoría.

El bloque soberanista ha ganado en escaños, el unionista lo ha hecho en sufragios. Mientras los secesionistas se afianzan en las zonas rurales, los constitucionalistas muestran su indiscutible hegemonía en las grandes ciudades. El trasvase de votos entre partidos ha sido muy importante; en especial entre PP y Ciudadanos. Pero nada, ni nadie, ha conseguido que se restablezcan las fallidas conexiones entre bloques.

La caída del crecimiento económico, la huida despavorida de la inversión, el aumento del paro, y las incertidumbres del aislamiento han dejado de ser una estimación para convertirse en una cruel realidad. Tampoco han hecho mella en las posturas, en las apuestas de los sentimientos.

Entre los bloques existen diferencias de principios, de legalidad, de modelo, de proyecto, … Sobre todas ellas, a cada cual más importante, una diferencia intolerable. El interés de los soberanistas por imponer sus ideas, sus principios y su modelo sobre el otro. Sin reparos, sin disimulos, sin miramientos. Implicados en consolidar el muro de opinión y de sentimientos que divide familias, amistades y rompe alianzas y proyectos en común.

Dos millones de personas no pueden equivocarse de forma tan insistente y repetida al elegir la independencia. Dos millones trecientos ciudadanos apostando por la inviolabilidad del vínculo con España, tampoco pueden estar equivocados.

El pueblo acostumbra a tener razón. El pueblo no suele equivocarse y en ocasiones tiene razones que los políticos no entienden. En realidad, el problema principal no está entre Cataluña y España, radica entre las dos Cataluñas.

Mientras se clarifican las enormes pero reconciliables diferencias entre las dos Cataluñas, el gobierno que emana de las urnas tiene la obligación de gobernar, de atender las demandas de los ciudadanos, de mantener su salud económica y proteger el estado del bienestar. Hoy no se está haciendo.

Se quedan en el aire, inversiones, la modernización de infraestructuras y transportes y el equilibrio presupuestario, con un déficit galopante. Sin ir más lejos, la sanidad, después de los recortes y los inmisericordes azotes convergentes, se ha quedado hecha unos zorros. Las listas de espera, inescrutables, los profesionales desasistidos, la tecnología obsoleta, el déficit, insondable, mientras el ex responsable, continúa huido y platicando. El pueblo puede tener razones que los políticos no entienden, pero estos no están eximidos de su acción de gobierno.


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