Asco máximo ante la tibieza de Donald Trump al pretender mantenerse equidistante entre neonazis supremacistas y manifestantes antinazis como si fuesen iguales unos y otros. Ha tardado varios días en mostrarse firme y no por voluntad propia, sino presionado por sus asesores y por los dinosaurios del partido republicano horrorizados ante tal bochornoso espectáculo. Esto le pasa a Trump por deberle favores a aquella gente en la que se apoyó en campaña electoral para llegar a la Casa Blanca como los racistas, los integristas cristianos u oscuros empresarios.
Parece mentira que tantos votantes no viesen en su momento lo temerario que era votar a un amoral absoluto que es capaz de acostarse con el mismo diablo para conseguir sus fines. Trump no es el Partido Republicano y el distanciamiento entre el aparato y el despacho oval es cada vez mayor. Trump es un hooligan manejando las riendas de todo un planeta, un demente con demasiado poder. Incluso su hija Ivanka o el vicepresidente Mike Pence le han desautorizado esta vez y seguramente no sea la última.
Debemos recordar que lo contrario de nazi no puede ser antinazi como lo contrario de machista no es feminista. No se puede ser equidistante en según qué temas ni se pueden utilizar eufemismos en vez de llamar a las cosas por su nombre. Esta polémica ha llegado también a los medios de comunicación de nuestro país. ¿Cómo es posible que en EL PAIS llamen “radicales” a los contramanifestantes que salieron a las calles para defender la libertad y la igualdad? ¿En serio que para Cebrián y los suyos la manifestante asesinada por un terrorista supremacista es una radical? Es muy importante como llamamos a cada cosa porque si no caeremos en una trampa que va mucho más allá de una simple definición. La manipulación y la perversión del lenguaje siempre se ha utilizado de manera sutil pero cuando deja de ser sutil pasa a ser grotesca y un insulto a la inteligencia.