OPINION

El Brexit cuesta vidas

Marc González | Viernes 09 de junio de 2017

A la hora de leer esto, ustedes probablemente conocerán ya quién será el próximo primer ministro británico. Por muchas razones, y no precisamente ideológicas, desearía que la cínica Theresa May se hubiera pegado un buen tortazo en las urnas, aunque es probable, según los últimos sondeos, que haya mantenido el tipo.

El Brexit, duro, blando o mediopensionista es un enorme fracaso de la sociedad británica, y sus defensores, como hacen todos los demás populistas, buscan culpables ajenos a sus propios pecados, pero son incapaces de ofrecer la más mínima solución, lo que a medio plazo se volverá en su contra.

Inicialmente, todos los análisis acerca de la deserción europea del Reino Unido hacían referencia a sus consecuencias económicas y filosóficas, sobre todo para la Unión. Ahora ya sabemos que puede que cueste, también, vidas humanas de los propios británicos. De hecho ya las ha costado, aunque la mayoría de las víctimas no fuesen súbditos de Su Majestad.

Cuando oigo al laborista Corbyn proponer, como solución, la restricción de los derechos individuales de los todos los ciudadanos y a May aceptar el envite no puedo evitar pensar en la involución de la especie humana.

Europa no necesita limitarnos los derechos a todos, lo que precisa es asumir que está en guerra contra un enemigo, amparado en una religión -aunque sea falazmente-, al que habrá que vencer militarmente. Y eso costará más vidas europeas. Fastidiar los derechos más elementales al 100% de la población, como ocurre cada vez que, por ejemplo, nos obligan a despelotarnos en los aeropuertos para acabar localizando un cortauñas o un frasco de loción para después del afeitado en el neceser de un alemán protestante de 80 años, constituye un mero maquillaje para ocultar que, en realidad, lo que buscan es a un Khuram, a un Rachid, a un Youssef o cualquier otro malnacido de su clase que se cisca en la civilización occidental -y no hay otra- y que matará a nuestros hijos si nosotros no acabamos antes con él y con toda su especie. Para hacer ver que no los discriminamos, tenemos que jodernos todos.

A quien tienen que cachear, detener, y hasta cazar y abatir, si acaso, es a los miembros de esas comunidades que nos la tienen jurada, hayan nacido donde hayan nacido, sean súbditos británicos, ciudadanos franceses, nacionales españoles o ratas del desierto arábigo.

Los brexistas y todos los demás británicos pagarán muy caro su error aislacionista. Si alguien piensa que los flujos de información de seguridad son los mismos entre países socios que con otras potencias externas, aunque sean 'amigas', es que ignora por completo los complejos mecanismos por los que fluye dicha información esencial.

Si a ello unimos los recortes que, en materia de seguridad, acometió la propia May cuando era ministra del ramo y el cóctel social y étnico existente en las grandes capitales británicas el fatal resultado es fácilmente previsible.

El espectáculo de unas fuerzas de seguridad incapaces de identificar a ocho víctimas mortales a lo largo de cuatro días so pretexto de cumplimentar protocolos de seguridad -absolutamente inútiles, como se ha demostrado- es no solo una muestra de inhumanidad hacia las familias de los fallecidos, como con acierto afirmó nuestro ministro de asuntos exteriores, Alfonso Dastis. Es, sobre todo, una muestra de torpeza y de incompetencia supina de los británicos, de decadencia de la que fue una gran potencia mundial, admirada en el mundo entero por tantas cosas.


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