OPINION

Feliz Navidad

Emilio Arteaga | Martes 20 de diciembre de 2016
Aunque la Navidad no es una fiesta para los musulmanes, no deja de ser una buena noticia que a una semana de la principal fiesta de los cristianos de todo el mundo, que simboliza paz y fraternidad para todas las personas de buena voluntad, al fin se haya podido evacuar a los civiles, sobre todos niños, mujeres y ancianos, muchos con heridas físicas, todos con heridas espirituales, de las ruinas de Alepo, la ciudad mártir de Siria. También que se haya podido evacuar a los civiles chiíes que estaban asediados por las milicias opositoras al régimen sirio en algunas localidades cercanas a Idlib, reducto todavía en manos de la oposición a El Assad y cuya salida estaba siendo bloqueada por milicias próximas al grupo Al-Nusra, la marca al Al-Qaeda en Siria.

La intensidad de la confrontación sectaria y el odio generado no permiten albergar ninguna esperanza sobre futuro de Siria, que, al igual que ha sucedido en Irak, es muy probable que se convierta en un estado fragmentado en el que la violencia entre los distintos grupos étnicos y religiosos se cronifique sin remedio, pero al menos se ha conseguido liberar a miles de personas de un asedio insoportable y de un peligro de muerte inmediato.

La situación de las diversas comunidades cristianas de Siria, que se remontan a los mismos inicios del cristianismo, es incierta y, al igual que las de Irak, es probable que se vean obligadas al exilio y a la diáspora, excepto quizás las asentadas en las zonas kurdas, que constituyen el único reducto de sociedad democrática, tolerante, multicultural y laica de todo Oriente Próximo.

No todos tendrán un respiro en Navidad. Los cristianos de Egipto están permanentemente amenazados por la violencia de los fanáticos musulmanes, como en el reciente atentado en una iglesia de El Cairo, en plena celebración de la misa.

Y los migrantes de todo origen y religión que siguen en los campos de refugiados en Grecia y en Turquía y a los que Europa les ha dado definitivamente la espalda.

Y los emigrantes económicos, que se juegan la vida para llegar hasta aquí y luego han de malvivir en precario, a salto de mata, indocumentados, sin derechos, pero explotados por las mafias o por empresarios sin escrúpulos. Y las mujeres engañadas y sometidas a explotación sexual y vejaciones permanentes. Y los niños y niñas, mancillados y destrozados por las redes de pederastia.

Y todos nuestros conciudadanos sin trabajo, o con trabajos precarios y sueldos indecentes y los desahuciados, los que no pueden pagar la hipoteca, el alquiler, la luz, el gas, el agua. Y los niños que solo pueden hacer una comida al día.

Demasiada gente marginada, excluida, arrinconada, expulsada del bienestar que suponíamos inherente a nuestra sociedad. Demasiada gente que no tendrá ni motivos ni posibilidad de celebrar la Navidad.

Pero, con todo, siendo conscientes y solidarios con todos los que sufren a nuestro alrededor, también tenemos derecho a celebrar estas fiestas en paz con nuestras familias y allegados, sin excesos ni ostentaciones insultantes, sin derroches ultrajantes, pero sí con amor y armonía.

A pesar de todo, ¡feliz Navidad!

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