Dicen los que saben de eso que la amistad es una necesidad biológica para vivir en condiciones aceptables de salud. La amistad se parece mucho al respeto, a la unidad, a la convivencia. Salvo los conejos de “La colina de Watership”, los animales se reúnen en colonias y manadas cohesionadas para proteger su integridad. Algunos se sacrifican en las fauces de los cocodrilos del río Mara, pero una inmensa mayoría logra cruzarlo para buscar una tierra con mejores pastos. Esto lo hacen cada año y cada vez hay más ñus en la sabana. Hoy se habla de decadencias cuando lo que realmente existe es la pérdida de vínculos elementales para la supervivencia. Alguien se cruzó en la vida de Nietzsche y le dijo que Dios había muerto. En realidad esta es una afirmación en abstracto, porque Dios, en su concepto de entidad superior, origen de todo, no puede desaparecer.
Son otras cosas las que han muerto y nos confunden en el camino para volverlas a encontrar. Yo, por ejemplo, echo de menos una estética que me estremezca, algo que me llene de gozo para olvidar la zozobra. La zozobra se ha impuesto sobre todo lo demás y no nos deja ver cómo el sol se pone cada tarde, aunque solo sea para patearlo o aplaudirlo, como hacían los amigos de Rusiñol en el Cau Ferrat, cuando se escapaba por el horizonte frente a la playa de Sitges. Ahora parece que nadie le hace caso y pasan los días sin que nos percatemos de cómo va y vuelve. A esto lo llamamos decadencia. Todo decae, pero especialmente lo hace la confianza en la lealtad de un pulso junto al que podamos caminar. Hemos abandonado un mundo solidario para entrar en un ambiente de sospechas insoportables. Nos miramos por el rabillo del ojo esperando lo peor, y no contemplamos otra posibilidad para salir de este pozo oscuro que la eliminación del contrario.
Esta mañana se me ocurrió pensar que el colmo de la soberbia está en exigir que te pidan perdón después de que has sido tú el que ha cometido un error. No hay nada mejor que equivocarse y reconocerlo, pero aquí nadie da su brazo a torcer. Es difícil, porque sería darle la razón al otro, y el otro tampoco la tiene. Así se nos va el tiempo por el sumidero sin que amanezca la esperanza por ninguna parte, y, lo peor, aumente la convicción de que ya no vendrá, como en un tedioso acto de “Esperando a Godot”. Durante unos minutos me he dejado llevar por el pesimismo, pero me he repuesto enseguida recurriendo a la gramática. Al menos tengo la posibilidad de escribir para consolarme.
Me he detenido a pensar en los pronombres y me he quedado con los plurales. Sobre todo con el de primera persona, y he concluido que siempre es mejor el nosotros que el yo, que todo lo que empieza por ego tiene un sentido peyorativo: egocéntrico, egoísta, ególatra… Prefiero el nosotros gregario de la oración. Ruega por nosotros es convencerse de que la salvación está en la colectividad, que solos no vamos a ninguna parte. Especialmente en navidades, cuando tanto deseamos reunirnos con las personas que queremos. El problema es que lo hemos convertido en una competencia de luces y de árboles gigantescos cuajados de bolas, que son la representación de la artificialidad. Vivimos una vida fake, cuando al lado tenemos a la belleza de la realidad haciéndonos un guiño para que le hagamos caso.