Los empleados públicos deberían ser el motor engrasado que hiciera que la Administración funcione con agilidad y sentido común. Sin embargo, ocurre lo contrario, en vez de solucionar, crean más problemas. Puede ser que no por mala intención, sino por una combinación de burocracia excesiva, falta de iniciativa y miedo a asumir decisiones.
Cada trámite se convierte en una carrera de obstáculos, cada documento exige otro documento y cada paso genera una demora innecesaria. El ciudadano y los empresarios, que solo buscan una respuesta clara, terminan atrapados en un laberinto de normas, mesas y ordenadores que no aportan nada. Cuando no se quiere no se puede y eso pasa mucho dentro de la Función Pública, sobre todo, cuando se tiene garantizado el sueldo a final de mes, se trabaje o se esté echado a la bartola.
El escritor italiano Pitigrilli sentenció que “los funcionarios son los empleados que el ciudadano paga para ser la víctima de su insolente vejación”. Totalmente verdadero