La consigna es resistir y la pregunta es para qué. Por qué hay que someter a todo un país a la resistencia de una persona o de un grupo. Qué ganan con eso. España ha construido una historia con esas heroicidades, desde Numancia hasta Guzmán el Bueno, pasando por el general Moscardó, pero toda esa epopeya era el símbolo carca de la derecha más extrema que ahora se pretende convertir en virtud.
La teoría es que todo sacrificio, toda falta a la verdad y todo quebranto al orden se puede transformar en virtuoso si conviene a quien lo propone. El problema al que nos enfrentamos ahora es que esa conveniencia se pone en duda. Dónde está el beneficio. A qué lugar incierto nos lleva esa resistencia, a menos que sea prolongar una agonía solo por el hecho de mantener una imagen que no se corresponde con la realidad.
Se han tirado tantas oportunidades por la borda que ya es imposible recuperarse para salir ilesos de esta encrucijada maldita. En este sentido han sido más abundantes las purgas internas y las denostaciones ad hominen que los efectos que puedan producir en el conjunto de la sociedad. Cada vez está más aislada esa necesidad de resistencia que algunos aplauden como el único argumento que subsiste cuando ya no vale ninguno.
Es una pena que no lo vean, pero el resistir no es una heroicidad sino una de las posturas más egoístas que existen cuando en el horizonte no se presenta una solución factible. Resistir es perder el último euro en la ruleta del casino por no haberse retirado a tiempo. Cada vez hay más gente que lo sabe y cada vez es mayor la desafección hacia quien lo practica.