El presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, ha anunciado este lunes su dimisión y ha dejado el relevo en manos de Les Corts. Su comparecencia, solemne y cargada de referencias al agua, al barro y al peso de la culpa, ha sido el último capítulo de un año marcado por la DANA que arrasó la Comunitat Valenciana. “Hace un año me comprometí a la reconstrucción. El 29 de octubre cambió mi vida”, ha arrancado.
Y la fecha, como ha subrayado, no es casual. Días después del aniversario de aquella riada histórica, Mazón ha regresado al epicentro de la catástrofe para defender su gestión y justificar su marcha. Ha descrito la DANA como “una tragedia inimaginable” y ha insistido en que nadie estaba preparado “para lo que pasó ese día”.
En un tono casi confesional, ha admitido errores: no pedir la Declaración de Emergencia Nacional, no suspender su agenda, confiar en los avisos oficiales y en el Gobierno central. “Tendría que haber paralizado mi agenda… pero ni los datos meteorológicos, ni los avisos, ni los indicadores nos hacían pensar en lo que vendría”, ha dicho entre silencios medidos.
Ese cúmulo de decisiones, ha defendido, lo convirtió en “el foco de la ira y la crispación”, en una figura útil para “desviar la atención de otros responsables”. Sin citarlos, pero señalando a Sánchez y a su equipo de Gobierno.
Entre la penitencia y el reproche, Mazón ha reivindicado su gestión asegurando que la Comunitat ha reconstruido en un año lo que se planteaba en tres, tanto en infraestructuras como en la esfera emocional. Lo ha dicho señalado al Gobierno central. “No teníamos ayuda. Hemos aumentado nuestra deuda y somos los más abandonados”, ha lamentado. “Ojalá ahora sí ayuden al pueblo valenciano”.
“Mi presencia es perfecta para que no se hable del resto de los errores. No quiero ser un escollo en la reconstrucción”, ha zanjado antes de anunciar su marcha.
Más allá del gesto, pocas respuestas. No ha aclarado quién le sucederá ni si renunciará a su escaño. “Les pido que encuentren un nuevo presidente”, se ha limitado a decir. La pelota, ahora, bota en Les Corts, ya que no habrá elecciones.
La dimisión abre un escenario incierto en una Comunitat Valenciana que, en palabras del propio Mazón, ha vivido “meses duros, profundos, desgarradores y crueles”. Una tierra que aún tiembla cada vez que Aemet emite una alerta roja, que aún huele a humedad y que aún arrastra heridas sin cicatrizar.
Mazón cierra su mandato como lo transitó, con bandazos narrativos, silencios elocuentes y relatos cambiantes sobre dónde estaba y qué sabía. Asegurando haber reconstruido mientras parte de la ciudadanía confiesa vivir con miedo. Señalando a otros, justificándose, conteniéndose a ratos.
Se va sin irse del todo. Cierra la puerta, pero no apaga la luz. Y, como en aquel día de lluvia torrencial, vuelve a dejar a la Comunitat mirando al cielo y preguntándose qué viene ahora.