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El precio de olvidar la razón universitaria

Lunes 27 de octubre de 2025
Por Brian Trujillo

Impedir un encuentro universitario con Vito Quiles en la Universidad de La Laguna no es una decisión aislada. Es un síntoma preocupante de algo más importante y preocupante: la fragilidad con la que se mantiene la libertad de expresión ahora en lugares que, paradójicamente, deberían ser su fortaleza natural.

La universidad estaba destinada a hacer preguntas, incluso de cosas que causan incomodidad, que son difíciles de digerir, que rompen, en ocasiones, muchos consensos. Sin pluralidad de voces, no hay debate, y sin debate, no hay universidad, solo un eco cerrado de aquellos que eligen que se escuche su voz.

Tan pronto como se cierran las puertas a una visión, cualquiera que sea, se abre una grieta peligrosa: la grieta de la uniformidad impuesta y la pérdida del espíritu crítico. No hace tantos años, la propia Universidad de La Laguna acogía eventos, incluso políticos, con total normalidad: Pablo Iglesias, aún líder de Podemos, llenaba salas universitarias para defender sus posiciones; el propio Pedro Sánchez, durante la campaña electoral de 2019, encontró en la institución académica referente de toda Canarias un foro abierto para dirigirse a estudiantes y simpatizantes. Esos eventos no contaban con afinidades o rechazos, sino con un principio democrático común de que las universidades deben ser el hogar de las ideas de todos.

Los valores democráticos no se protegen de la exclusión, sino de los enfrentamientos pacíficos de posiciones. No es un problema de quién es Vito Quiles, la naturaleza de la retórica o su enfoque periodístico. Es la contradicción de no dejar espacio para ningún discurso en el lugar que, por excelencia, debería ser el sitio del debate. ¿Qué tipo de lección se les da a los estudiantes universitarios cuando se transmite un mensaje de que algunas preguntas no pueden plantearse o argumentos que no merecen ser articulados? Algunos creen que es fundamental censurar algunos eventos porque "están destinados a agitar las cosas". Pero esa excusa es exactamente la naturaleza de la fragilidad democrática: Si el encuentro con un influencer genera tensión, ¿no es mejor atravesar la tensión con un debate abierto que con censura?

En última instancia, el ruido no es la voz del invitado, sino el acto de silenciarla. Que suceda, que cada persona decida si hacerlo o no, si realmente escuchar o disputar, lo más sencillo, lo más mentalidad universitaria. Tratar de mantener eso a raya transmite algo mucho más aterrador: que la comunidad académica no es lo suficientemente madura para enfrentar la diferencia.

La libertad de expresión no nos sienta bien. Nunca lo ha hecho. Pero en esa misma incomodidad radica su grandeza. El estudiante universitario que solo escucha lo que confirma su ideología no crece: se limita. Pero si una universidad no tiene fricción intelectual, está creando mentes que no son ciudadanos libres, sino dóciles. El peligro no es el destierro de un evento en sí, sino acostumbrarse a ser informados por otros sobre lo que podemos escuchar y pensar. Esa rutina silenciosa, que se hace pasar por prudencia al servicio de la censura, le quita la vida a la universidad como sitio de contenido y la convierte en una institución más domesticada que una gran luz para el pensamiento crítico y el sitio de la investigación democrática.

La universidad no debe olvidar que su grandeza es estar abierta, abrazar todas las indagaciones, negarse a ser objeto de silencio selectivo. Porque sin ese coraje, deja de ser una universidad y se convierte en una sombra de sí misma.

Brian Trujillo, Grado en Economía.


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