OPINION

Ocupas autorizados sin desearlo

José Luis Azzollini García | Lunes 25 de agosto de 2025

Da una rabia enorme que alguien se meta en tu propiedad sin un consentimiento previo. Sin duda alguna, me pongo del lado de quienes sufren esa lacra que vemos y oímos, cada vez más, sobre viviendas y demás propiedades que son ocupadas por personas que nada han tenido que ver con sus legítimos dueños; o que, aun teniéndolo, deciden motu proprio dejar de pagar lo convenido, pero sin abandonar la vivienda o local. ¿Puede alguien ser insensible ante el sufrimiento que estará pasando quien se puede ver involucrado en ese tipo de situación? No seré yo quien levante la mano y solo puedo imaginar que posiblemente exista algún “buenista” o grupo político lleno de este tipo de perfil humano, con actitud para argumentar algún tipo de derecho de quienes son parte agresora en todo ese asunto tan controvertido. En mi opinión, solo podría hacerme dudar, cuando se esté hablando de algún caso de alguna familia con menores, a quienes no disculparía su actitud, aunque si entendería su atrevimiento. En este último caso, pediría -rozando la exigencia- la actuación inmediata de los servicios sociales para que se les dé una solución adecuada a la familia, hasta que puedan valerse por sí misma. En cualquier caso, incluso en este último, la ocupación no debería ser una herramienta para conseguir lo que ya debería estar solucionado antes de tener que llegar a esa solución extrema.

Pero este artículo, no va del tipo de actividad que se deja ver en el párrafo anterior. ¡Ni mucho menos! En este caso hablo de otro tipo de ocupación que muchos -casi todos- hemos ido aceptando sin darnos cuenta, pero siendo absolutamente conscientes de que lo que hemos admitido, estaba pasando. ¿O, me van a decir que el móvil que cargamos en nuestros bolsillos nos lo han puesto allí sin nuestro consentimiento? ¿Es posible que también el uso del banco en casa, nos fuera impuesto por las entidades bancarias, sin ser aceptado, previamente, por nosotros? ¿Pudiera ser igualmente que, el plástico con el que pagamos lo que antes hacíamos con billetes de curso legal, lo hemos aceptado porque, de no hacerlo, nos eliminarían de la lista de clientes de los bancos? Todo es posible pero la realidad es que, a todo eso que menciono, le hemos dado nuestro visto bueno, una y cada una de las veces que hemos renovado nuestros respectivos compromisos. Pero vayamos por parte.

Aun recuerdo como si hubiera sido algo absolutamente reciente, el día que se comenzó a ver gente caminando por las calles con una especie de maletín enorme que después supimos que eran unos artilugios con los que podían comunicarse con sus contactos a distancia. Sin usar cables. ¿Cuántos de quienes leen este escrito, no pensó en lo fantasma que era aquella gente? Confieso que yo fui uno de ellos. Pasados los años, me vi no usando uno, sino dos -uno de empresa y otro para uso particular- ¿Me convertí en otro fantasma? Puede que haya habido algo de eso, pero también hubo bastante de necesidad, socialmente impuesta. Una necesidad que me obligó a adquirir un bicho enorme -sin llegar a lo del maletín- que más que un fantasma, me hacía parecer con un “Madelman”. Mis cuñados se referían a mi móvil como “la cabina telefónica”. Pero, yo dejé que aquel artilugio, ocupara su lugar entre mis útiles. Y tanto se hizo dueño de su puesto, que ya comenzó a ir conmigo a todas partes cuando me fui a trabajar a La Gomera, aunque en aquellos lejanos años, no había cobertura en todas partes; y en el municipio de Alajeró, menos.

Pasaron los años y comenzaron a aparecer aparatos cada vez mas sofisticados hablando de telefonía portátil y, sobre todo, más pequeños. Infinitamente, más pequeños; aunque yo seguía con mi “ladrillo parlante”. Pasado el tiempo, la sofisticación no hizo otra cosa que perfeccionarse. Hasta tal punto lo hizo, y ha seguido haciéndolo que, por ejemplo, dejó de ser necesario llevar dos aparatos para las necesidades de trabajo y personal, pues comenzó a usarse una doble tarjetita. Pero eso no fue sino un adelanto casi sin importancia, sobre todo cuando se trata de hacerlos cada vez más imprescindibles y consolidar su ocupación en nuestras vidas. El gran avance que consiguió que ya no fuera una ocupación al uso, sino un auténtico “soplagaitas el último”, fue cuando dejó de ser un simple recurso para intercomunicarnos a distancia y pasó a convertirse en un “gadgeto-movil”: teléfono, televisión, grabadora, escáner, máquina de foto y vídeo, ordenador, agenda, etcétera. Para ese entonces, la ocupación, ya no era tal. La situación se había convertido en una relación de pareja. ¡Qué digo de pareja! Ya era parte de nuestra lista de necesidades prioritarias. Muy pocos son los que ya viven sin tener ese aparatito encima y en todas partes. Conozco algún miembro de la resistencia que vive sin aceptar los más sofisticados, pero móvil, sí que tienen; aunque solo sea para recibir y emitir llamadas. Las compañías de telefonía, han conseguido entrar en nuestras vidas sin pedir permiso de ningún tipo. ¡Nos han ocupado! Y lo peor, es que creo que han venido para quedarse. Lo que ya no estoy tan seguro es si, en el I+D de esas multinacionales, no estarán contemplando ya lo de ocuparnos la dermis con algún chip. Cuando se trata de ocupar, todo es posible de empeorar.

En otro orden de cosas, ¿Recuerdan la gran cantidad de oficinas bancarias que existían en nuestro territorio patrio? Mucha gente que conocemos, trabajaba en ellas o tenía la intención de hacerlo en algún momento de su vida laboral. Pero no hace mucho, las entidades bancarias, comenzaron a instalar unas máquinas expendedoras de dinero para que no tuviéramos que hacer incómodas colas a la hora de atendernos en caja -esa fue la disculpa primaria y, por ende, nuestro pecado original-. En definitiva, fue su primer paso para comenzar con su operación “ocupa”. Al mismo tiempo desde los bancos se comenzaba un plan de “desocupación” de sus oficinas; primero por el método de la bonificación a sus empleados; y por la vía de los despidos, después. Cumplido el objetivo de desocupar sus despachos, comenzó la segunda fase de la “ocupación” de las viviendas de los usuarios y llegó “el banco en casa”. Tengo que decir que resistí todo lo que pude, pero al final, caí y permití que el banco con el que suelo trabajar, convirtiera mi casa en una extensión de su entidad y a mí, en un empleado más. Ya les falta poco para que me obliguen a poner un cajero en el portal y permitir que en el salón de casa, se puedan mantener reuniones para valorar el cumplimiento de sus objetivos.

Y, como no podía ser de otra manera, cuando las entidades bancarias, se lo proponen, ocupan hasta lo más impensable. Si desean comprobarlo, abran sus carteras y comprueben cuantos de los documentos que hay dentro de ellas, son propios, y cuantos son ajenos. Verán que los bancos y otras empresas privadas, han metido en ella, mucho plástico; con nuestro permiso, claro. Podremos ser los usuarios de las de crédito y/o débito, pero no son nuestras. Podremos usar las de fidelización, pero no son nuestras. Podremos usar nuestros carnet de bono-bus, pero no son nuestros… ¿Sigo?

¡Nos han ocupado! Sí, también, la cartera.


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