Tras varios fracasos sin ser capaz de concluir un texto relacionado con la frustrante realidad, decidí hacerme trampas y enfrentar lo que había desarrollado gracias a teclas y ordenador vetusto con las más impresionantes herramientas de silicio.
Concluí con un resultado patético, porque a pesar de que su autor — no yo, sino mi oponente — estaba aliado a intereses espurios, no le importó hacer astillas a todo el conglomerado del que forma parte.
Había ordenado a la inteligencia artificial, con un trato poco cordial: “Hazme un documento de 700 palabras donde los poderosos del mundo aseguren que, sin ellos, los que hacen y deshacen, la humanidad no sería nada. Enumere los desastres que organizan para que la gente los resuelva.”
El encargo le pareció perfecto y me propuso un discurso irónico y distópico, una construcción literaria que utiliza figuras de poder como símbolos.
No me pareció mal la sugerencia; de hecho, en pocos segundos mejoró lo mío y me hizo callar con una exposición abyecta.
“Ciudadanos de la tierra, nosotros, los que ustedes llaman líderes, gobernantes, magnates y estrategas de las sombras, somos quienes firmamos y anulamos los tratados con la misma pluma: Donald Trump, Xi Jinping, Vladimir Putin, Benjamin Netanyahu, Salman bin Abdulaziz.
Somos los empresarios que deciden el rumbo de la economía global: Elon Musk, Jeff Bezos, Warren Buffett, Bill Gates, y, ¿por qué no? Marcos Galperin.
Somos también los organismos internacionales que dictan las normas invisibles: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la OTAN, el Consejo de Seguridad de la ONU.
Los hemos convocado para hablarles con una verdad que quizá duela, pero que deben escuchar: ¡sin nosotros, ustedes no son nada! Somos, ni más ni menos, quienes levantan muros y luego negocian los puentes.
Ustedes son el número, la multitud; nosotros, la mano que dibuja los cuadros de la historia.
No deberían olvidar que nuestras citas son implacables; señalamos las crisis que marcan vuestras horas. ¿Quién siembra la incertidumbre económica para que ustedes corran detrás de empleos cada vez más frágiles? ¿Quién establece guerras por territorios, recursos e influencia, obligándolos a marchar, a emigrar, a sobrevivir? ¿Quién juega con el medioambiente, acelerando el cambio climático con industrias que jamás detendremos del todo? ¡Nosotros! Y cuando el desastre llega, ¿quién convoca a reciclar, a reparar, a reconstruir? ¡Ustedes! Así equilibramos este juego.
Nuestra función creadora de caos permite, a través de guerras regionales o globales, generar conflictos con la mano izquierda y resolverlos con la derecha, o viceversa, o no resolverlos. Se nos dan bien las crisis económicas cíclicas: la inflación, las devaluaciones y caídas de mercados. Jugamos con la moneda, y ustedes ajustan el cinturón. Nosotros decidimos cuándo florece la bonanza y cuándo la austeridad debe instalarse como dogma.
Aceleramos el desastre climático con petroleras, minería o deforestando, pero nuestras normas de sostenibilidad transfieren los sacrificios a ustedes, los consumidores.
Estamos en todos lados, con la misma atención e idéntico empeño, sea lo que sea; por ejemplo, abordando una pandemia, informando, distribuyendo las vacunas o decidiendo quién se salva primero.
Ni hablar de las crisis migratorias: somos capaces de desorganizar continentes para que millones crucen fronteras inestables, y después levantar muros para que golpeen contra ellos.
¿Los motivos? Porque somos insaciables, capaces de crear adicciones digitales, modelos de consumo perpetuo, vigilancia total, fomentar nacionalismos, extremismos y fanatismos, para que luchen entre ustedes mientras nosotros repartimos el tablero.
Lo decimos sin pudor: los desastres son nuestro arte. Cada terremoto financiero y cada tormenta social que sembramos tienen una función: mantenerlos ocupados resolviendo problemas que nosotros fabricamos.
Así se lanzan a protestar, a exigir, a crear comités y ONGs, a soñar con reformar lo irremediable.
Miren sus noticias diarias, todo es material de nuestra obra.
Ustedes creen que luchan contra circunstancias naturales, pero esas circunstancias tienen nombre y apellido, nosotros las diseñamos.
Sin nosotros, sin los que hacen y deshacen, ustedes no sabrían hacia dónde correr.
Sin guerras, no tendrían héroes; sin destrucción, no conocerían reconstrucciones; sin catástrofes, no hallarían causa.
Nosotros decidimos si habrá paz o ruinas, y ustedes deciden únicamente cómo reaccionar. Esa es la danza eterna entre el poder y la multitud.”
El texto continuaba, dejando constancia de ser los arquitectos del mundo con sus decisiones, porque sin ellas seríamos multitudes desnortadas.
Utilizó aproximadamente 700 palabras, algunas verdaderamente odiosas; las retiré. Se lo dije y no se inmutó; al contrario, la IA se sabe poderosa: por eso se limitó a sonreír y preguntar:
“¿Quieres que ajuste el texto más hacia el tono de manifiesto cruel, como un sermón oscuro y sin ironía, o prefieres conservar esta mezcla de sátira y dramatismo teatral?”