El catálogo de enfermedades mentales va a aumentar con la inclusión de otro malestar posmoderno, -que desgraciados y estúpidos somos –, que nos acecha y que a fuerza de publicitar adquirirá por bendición mediática, social y sindical una categoría morbosa que no tiene ni merece. No estamos refiriendo al famoso y omnipresente estrés posvacacional (EPV).
Todavía no me he ido de vacaciones y ya estoy traumatizado porque lo anticipo de forma obsesiva. Me tiene atrapado en una duda existencial: no se si irme o no sé si volver, ahora bien irse para no volver no es irse como toca. En fin que mis dendritas se han neurotizado más de lo que estaban. Algunos, en pleno subidón metafísico confusional, lo han rebautizado, y le han dado el estatus de depresión posvacacional. Lo cual no es de extrañar ya que la palabra depresión se ha descontextualizado, ninguneado y devaluado tanto que sirve igual para un barrido que para un fregado.
Es normal que aumente el sector hipocondríaco y la bulimia de libros de autoayuda con este overbooking mediático sobre el EPV. Cada año, así nos va la operación retorno, los distintos medios nos anticipan de forma premonitoria que al llegar a casa nos espera un feroz depredador que capturará nuestra mente y nos hará sufrir lo indecible: no, no es el paro es el EPV. Solo imploramos no estar dentro del 5% de ciudadanos que lo padecen.
Existen cinco criterios básicos de inclusión para padecerlo: no estar criando malvas, tener curro en sus diversas modalidades: fijo-fijo discontinuo, haber tenido vacaciones, no haber sucumbido en la operación retorno y tener amigos y familia con quien comentarlo. Me temo que al paso que vamos en unos años este cuadro. Será tratado con prozac, será motivo de baja laboral, vendrá incluido en el convenio laboral, a algunos les darán la invalidez, habrá una asociación de enfermos y hasta una dirección general.
El estrés es muy ubicuo y polimorfo. Existe el estrés mete reológico, ecológico, del vacío, cósmico, climático, acústico, informático, del prelunes, el prevacacional, el cívico por el desustanciamiento de mediocres y mitómanos seudolideres políticos, con curriculum anoréxicos que actualmente está arrasando en una espiral obscena que no nos merecemos, que solo pasando del voto al veto nos los quitaremos de encima y los devolveremos al anonimato y a la invisibilidad, de la cual nunca deberían de haber salido.
Bien, volvamos al EPV. Como es un proceso interactivo: alégrense ¡pueden construirlo. Es decir ustedes le ponen su adn y ecologizarlo. Ahora bien tengan cuidado porque crea más adicción que el colesterol de” unos buenos huevos de corral a la mallorquina”. No renuncien a él. Reivindíquenlo.
No le tema: es light, transitorio y es un gran test de señalamiento psicosomático (cefaleas, irritabilidad, insomnio, cansancio) que revela el buen funcionamiento de su cerebro emocional. Nos hace más humanos y si lo compartimos con los magníficos albariño Pazo de Rubianes o el cup de Son Prim, somos más solidarios. Apure sus vacaciones hasta el último minuto y al día siguiente a currar.
Vívanlo intensamente. Compartirlo con los amigos y conocidos (si no están en el páramo laboral) socializa. Planifíquelo. No se le ocurra contratar las vacaciones en una agencia que no le garanticen un magnífico estrés posvacacional, si no cumplen que le devuelvan el dinero. No renuncie a la placentera ducha endorfínica que tendrá cuando usted lo haya superado. Los que no quieran tenerlo que sean éticos y que renuncien a sus vacaciones. Y tengan mucho cuidado y no lo contagien a sus hijos que ya estarán inmersos en un auténtico y real estrés preescolar. Se imaginan dos o tres mini EPVS más hasta el síndrome navideño. ¡Que gozada! ¡Aúpa el estrés PSOE-vacacional.
Ahora en serio este cuadro es normal, no es una depresión y algunas veces es el chivato de situaciones como el mobbing y el burnout. Cada vez se cotiza más. Es un gran valor emergente, visto el desolador panorama laboral. Enhorabuena si lo padece. Solo un sádico y estúpido humano se quejaría con la que está cayendo. No olvide cómo construye su EPV dice más de usted que la grafología. Al fin y al cabo es el certificado AENOR de unas magníficas vacaciones. Por cierto no es culpable de su cara pero si de la jeta que pasea.
Y ya saben en derrota transitoria pero nunca en doma (y menos con los pardales que okupan, actualmente, la res pública y el BOE).