OPINION

Pensar en movimiento

Juan Pedro Rivero González | Jueves 31 de julio de 2025
El mundo cambia sin pedir permiso. Y, sin embargo, nos empeñamos muchas veces en comprenderlo con esquemas fijos, categorías antiguas y métodos que fueron útiles para otra época, pero que hoy resultan estrechos. Nos pasa con la ciencia, con la educación, con la política… y también con la filosofía. En este mundo fragmentado, lleno de saberes especializados que apenas se tocan, pensar se ha convertido en un acto de resistencia. Resistencia frente a la simplificación, frente a la prisa, frente al pensamiento encapsulado. Porque lo real —lo que de verdad nos importa: la vida, el sufrimiento, la belleza, el bien común— no cabe en compartimentos estancos. Necesita ser pensado en movimiento.

Desde hace tiempo vengo reflexionando sobre la necesidad de una nueva actitud epistemológica: más abierta, más relacional, más humilde. La llamamos reología filosófica. No estaría de más, y como propuesta de lectura para el verano [Sierra-Lechuga, Carlos (2025), Filosofía y realidad: Metafísica físicamente responsable, I. El problema metafísico, Madrid: Ediciones de Filosofía Fundamental]. Es una forma de pensar lo real no como algo sólido, estable y separado, sino como un entramado vivo de relaciones, de procesos, de tensiones fecundas. No se trata de una nueva moda intelectual, sino de un intento por estar a la altura de la realidad que vivimos. Pensar reológicamente es, por ejemplo, no dar por supuesto que los métodos cuantitativos y los cualitativos están enfrentados. Es buscar el diálogo entre enfoques, el cruce entre disciplinas, el reconocimiento mutuo entre saberes distintos. Es aceptar que conocer implica siempre una cierta vulnerabilidad, porque nos obliga a salir de nuestros esquemas cómodos y a dejarnos afectar por lo que no controlamos.

La interdisciplinariedad no puede ser solo una consigna. Tiene que ser un ejercicio valiente, a veces incómodo, pero profundamente necesario. Porque los grandes problemas de nuestro tiempo —el cambio climático, la educación, la salud mental, la desigualdad— no se dejan atrapar por una sola disciplina ni por un solo método. Nos exigen una mirada plural, compleja y situada. Nos exigen pensadores en movimiento, no guardianes de certezas. Esta propuesta tiene implicaciones muy concretas. En la universidad, significa formar estudiantes que no solo repitan contenidos, sino que aprendan a conectar saberes, a dialogar con lo distinto, a pensar desde los problemas reales. En la investigación, implica dejar de competir por parcelas de conocimiento y comenzar a construir redes de sentido. En la vida cotidiana, supone escuchar más y pontificar menos.

La filosofía, si quiere seguir teniendo algo que decir, no puede encerrarse en sus propias fórmulas. Debe aprender a pensar con otros: con los científicos, con los artistas, con los docentes, con las comunidades, con los que sufren. Debe recuperar su vocación originaria: no la de explicar el mundo desde fuera, sino la de habitarlo con lucidez. Quizá lo que más necesitamos hoy no es tener razón, sino acompañar lo real con inteligencia, con ternura y con humildad. Pensar sin romper. Comprender sin forzar. Nombrar sin poseer.

La reología filosófica nace para eso. Pero detrás del nombre hay un deseo: que pensar vuelva a ser un acto de justicia, de cuidado y de apertura. Y que nos permita, en medio de tanta prisa y tanto ruido, habitar lo real como lo que es: un misterio compartido en movimiento que nos asombra.


Noticias relacionadas