Cada una de estas preguntas y otras más que omito para no cansar demasiado, me las hago cuando pienso que vivo en una isla volcánica, con volcanes que dicen que están vivos y que en cualquier momento nos pueden hacer saltar de nuestras camas. Últimamente se ha vuelto a oír hablar de lo vivito que está nuestro Teide. Me las formulo, también, cuando voy por ls zonas arboladas de nuestras islas. ¿Se habrán olvidados los pavoroso incendios que hemos sufrido? Y, ¿qué pasa con las guerras? Aun estando en un país que vive en paz, nunca se está exento de padecer alguna de las catástrofes bélicas que nos llegan a través de los noticiarios radiados, televisados o en prensa escrita. Pienso en prevención cuando veo llover o soplar el viento. Recuerdo que cuando vivía en La Orotava, tuvimos una noche de viento tan fuerte que al apoyar mis manos en los ventanales que daban a una terraza, los embates del viento hacían que mis manos se moviesen. Llegué a pensar que aquella fuerza de la naturaleza, haría que la cristalera reventara en mil pedazos y que si cogía cerca a alguien de la familia, podría hacernos muchísimo daño. Después de cambiar aquellas cristaleras por ladrillos de cristal, todo se solucionó. Ahora sé que una prevención minimiza el riesgo. Nunca más volví a pasar por aquél miedo; y en virtud de la actuación preventiva, también sé que las personas a las que vendí aquella vivienda, no pasarían lo que nosotros pasamos. Estuve tranquilo mientras la viví y después de haberme mudado, también.
En lo público, hay veces que se hacen las cosas pensando en lo que pueda venir, pero otras muchas veces se hacen una vez que han pasado. Y tristemente en muchísimas otras, después de haber sucedido algún siniestro grave, lo que se escuche, vea y lea, sea una infinidad de promesas que hacen pensar que estamos en buenas manos; pero, que, pasado el tiempo, se nos derrumba esa tranquilidad para convertirse en la mayor de nuestras preocupaciones. ¡Los “vende mantas”, siempre están en activo! Y, lo malo es que terminamos encontrándonoslos en otros puestos de responsabilidad más temprano que tarde. Nuestros niveles de torpeza o dejadez, permiten que muchas personas que han demostrado ser nulas para resolver los problemas reales de la sociedad a la que se deben, sigan apareciendo en esas listas cerradas que más bien, parece que sirven como canales para pagar favores o dar un “trabajito”, que otra cosa.
Recientemente, hemos sido testigos en Valencia y algo antes de la isla de La Palma de dos situaciones que, de tener un plan de emergencia elaborado, testado y practicado por la sociedad, tal vez, el daño hubiera sido menor. En la isla palmera -que no palmeña, ni de gran canaria-, afortunadamente no tuvimos que enterrar a nadie por el daño directo provocado por el volcán Tajogaite; pero sí que los gastos ocasionados por la lava fueron de tal cuantía que hoy en día aún hay gente cuestionándose cómo salir adelante. Está claro que un plan de emergencia bien estructurado, hubiese desaconsejado edificar en determinados sitios por formar parte de las avenidas naturales en caso de una situación como la ocurrida. En dicha isla -como en todas-, existen barrancos por donde circula el agua en las épocas de lluvia. A nadie se le ocurriría edificar en el Barranco de las Angustias, o en el que transcurre por un lateral del barco de la Virgen. Pero, sin embargo, se ven coches estacionados en este último. Es verdad que cuando se prevén días de lluvia intensa se prohíbe el aparcamiento, pero ¿y si viene de improviso? Entonces habrá que ir a buscar el coche al mar. ¡No queda otra! Un plan de emergencias, seguramente daría con la solución. Y, la puesta en marcha del mismo, con el rigor y práctica necesaria, evitaría enseñar al coche a nadar.
En la propia isla de Tenerife, sufrimos allá por el 2005, una tormenta tropical a la que se le dio el nombre de “Delta” y que provocó vientos de una intensidad muy superior a lo que solemos denominar como “vaya ventolera”; con destrozos y corte de energía que, después nos enteramos que, con una adecuada previsión, seguramente se hubiera minimizado tanto corte de luz. Pero, mientras tanto, hubo mucho de: fue culpa tuya, no que fuiste tú, si me hubieran hecho caso…; y así hasta llegar a la conclusión de que, lo apropiado, hubiera sido tener un plan de emergencia y adecuación del tendido eléctrico a prueba de eventos meteorológicos adversos. ¿Se llevó a cabo después? No digo que no se haya hecho nada, pero mucho me temo, que gran parte de la población no se ha enterado de lo que se debe o no debe hacerse en caso de que se repita.
Años antes, sufrimos en Santa Cruz la mayor riada que se conoce por parte de la población actual. En el año 2002 las nubes se declararon en guerra con la ciudad y produjeron lo que en aquel momento se conoció como “Gota Fría” descargando, tal cantidad de agua, que se llevó la vida de ocho personas si mal no recuerdo. Seguramente un adecuado plan de emergencia y contingencias, hubiera podido evitar alguna de aquellas pérdidas. Entiendo que en un plan de esas características, ha de recogerse recomendaciones e incluso prohibiciones para que no se construya en cauces de barrancos o en zonas donde se puedan producir avenidas de aguas. Pero, ¿Quién tendría que hacerlas cumplir?
Recientemente hemos sufrido en carne ajena lo vivido en Valencia y allí, a medida que pasan los días, semanas y meses, nos vamos enterando de que seguramente no existiera ningún plan de emergencia o que, de existir, alguien se saltó a la bartola lo de testarlo y formar, tanto a la población, como a las autoridades que gestionan o deberían gestionar lo público. ¡Resalto lo de deberían! He leído en okdiario.com, que la UE, condenó a nuestro gobierno por no actualizar “los planes de evaluación y gestión de riesgos de inundaciones”. ¿Seguirán trabajando en sus puestos quienes nos han llevado a tan sanción?
Por todo ello, sería aconsejable echar una visual a lugares donde el tema de la seguridad de la ciudadanía se toma muy en serio. Según he podido leer en el artículo de Pedro Greminger “Gestión de los riesgos de desastres naturales en Suiza, un país alpino”, sus habitantes son aleccionados para combatir fenómenos naturales, normalmente provocados por la nieves -deslizamientos, aludes, inundaciones, etc.-. No solamente se prevé como recuperar la normalidad una vez pasada la incidencia, sino que se establecen normativas para evitar que, cuando se produzcan, ocasionen un daño mayor del deseado. Creo que es ahí donde radica el éxito. Se controlan bosques, se mantienen en activo las alertas tempranas, se antepone la seguridad colectiva -formación, adecuación, facilitación de medios, etc.- frente al riesgo particular. Se prioriza la planificación y se da relevancia de “reloj suizo”, a los modelos de actuación temprana. ¡A veces da pena no tener a un primo suizo gestionándonos!