OPINION

¿Neutralidad o silencio?

Juan Pedro Rivero González | Jueves 17 de julio de 2025

En las últimas semanas se han multiplicado los comentarios en torno a unas declaraciones del presidente de la Conferencia Episcopal Española, monseñor Luis Argüello, en las que, ante la compleja situación política nacional, sugería que podría ser oportuno devolver la voz al pueblo mediante unas nuevas elecciones. El obispo recibió críticas inmediatas, muchas de ellas acusándolo de parcialidad ideológica o de tomar partido por un determinado sector del espectro político.

El debate no es nuevo: ¿hasta qué punto puede, o debe, la Iglesia —y sus representantes— intervenir en la vida pública? ¿Es posible que se pronuncie sobre cuestiones sociales y políticas sin perder la neutralidad exigida en un contexto pluralista? ¿Qué significa, en definitiva, ser “neutral” cuando está en juego el bien común?

En un contexto así, resulta valiosa la reflexión que ha circulado en ámbitos eclesiales, en la que se recuerda que los obispos no solo hablan como ciudadanos —derecho que nadie les puede negar—, sino también como pastores con una responsabilidad moral y espiritual hacia la sociedad. Tal como señala una comunicación reciente del presidente de Cáritas Española, Manuel Bretón, “la fe tiene una ineludible dimensión político-social, no partidista”. Esta afirmación sintetiza una clave fundamental de la Doctrina Social de la Iglesia: la implicación en el mundo no es una opción accesoria, sino parte constitutiva de la fe cristiana.

La neutralidad de la Iglesia no puede confundirse con pasividad o silencio. Ser neutral desde la perspectiva cristiana significa no alinearse con partidos concretos, pero no significa renunciar a la voz profética. La Iglesia está llamada a iluminar la vida pública con los valores del Evangelio, especialmente cuando están en juego principios como la dignidad humana, la justicia social, la solidaridad o la participación democrática. Guardar silencio por temor a ser malinterpretados sería, en este sentido, una forma de claudicación.

La intervención de monseñor Argüello, enmarcada en este horizonte, no se presenta como un acto de militancia política, sino como una invitación a fortalecer el proceso democrático mediante una mayor participación ciudadana. Se podrá discutir si la forma fue la más oportuna o si generó equívocos, pero acusarlo directamente de falta de neutralidad resulta, al menos, cuestionable.

Conviene recordar que el mismo presidente de la CEE ha hablado en otras muchas ocasiones sobre cuestiones como migraciones, vivienda, pobreza, cultura del descarte, paz, democracia o ética del cuidado. No parece coherente que se le recrimine ahora por referirse a la necesidad de escucha a la ciudadanía. Tal como recuerda el texto programático de la Conferencia Episcopal Iglesia, servidora de los pobres, cuando la Iglesia educa a sus fieles para vivir según el Evangelio, “realiza un trabajo eminentemente político, porque forma ciudadanos responsables y críticos”.

La palabra “político” no debe escandalizar. No se trata de partidismo, sino de compromiso con la vida en común, con el destino compartido, con la construcción de una sociedad más justa. En ese sentido, no hay contradicción entre neutralidad partidista y compromiso social: al contrario, cuanto más libre es una voz, más veraz puede ser.

La auténtica neutralidad de la Iglesia no consiste en esconderse ni en mirar hacia otro lado. Consiste en sostener un espacio propio desde el que promover el bien común, denunciar las injusticias y ofrecer criterios para la acción moral. A veces, ese compromiso implica incomodidad, tensiones o críticas. Pero callar no siempre es prudente, y hablar no siempre es injerencia.

La defensa de la democracia no es una consigna de partidos; es un deber ciudadano y cristiano. Por eso, cuando un obispo —con mayor o menor acierto en la forma— apela a la escucha del pueblo y al respeto del marco constitucional, no está rompiendo su neutralidad, sino ejerciendo su misión de pastor y de ciudadano.

Como dice el citado documento episcopal: “¿No serían fieles al mensaje evangélico y a la democracia quienes promueven una ciudadanía preocupada por el bien de todos y consciente de nuestro destino común?” Quizás, antes de juzgar las palabras de los obispos, conviene recordar esta pregunta.


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