Hace unos días me tropecé en La Laguna con un grupo de menas, iban a uno de esos locutorios donde también se envía dinero. Me cedieron el interior de la acera, como antes hacíamos con las personas mayores. Les saludé con una sonrisa y me la devolvieron con sus dientes blancos contrastando con sus pieles oscuras. Tengo un amigo de Senegal al que ya le he comprado varios cinturones y una cartera. Cada vez que nos vemos nos saludamos y charlamos un rato. Es muy amable y educado. No siento que está aquí para invadirme, más bien me ofrece un complemento en esta sociedad cerrada de la que intento escapar para tratar de ser algo más del mundo.
Jamás se me ha ocurrido mirar con desprecio a estos semejantes que solo se me desemejan por haber nacido en otro lado. No me parece esa una actitud muy solidaria, positiva, cristiana, ni demostración de los valores patrios. Más bien es la negación de todas esas cosas. Creo que los españoles somos hospitalarios, comprensivos y con tendencia al buen entendimiento. Por eso rechazo que unos grupos, armados con bates, persigan a los inmigrantes animados por el llamado de un grupo político que exhibe sin descaro sus altos niveles de testosterona.
Hace unas semanas una señora se fue de la lengua y dijo que iba a expulsar a ocho millones de personas. Luego sus compañeros la han matizado, pero eso fue lo que dijo. Con gente así no vamos a ninguna parte, y lo peor es que una encuesta asegura que los apoya el 19% de la población. ¿Cómo es esto posible? Ya sé que en España hay una costumbre inveterada de echar a los que sobran. Lo malo está en saber quién decide a los que hay que excluir. Echamos a los moriscos, a los judíos sefarditas y hasta a los jesuitas, y, mira tú por donde, hace poco tuvimos un papa de esa orden y nos dedicamos a llamarlo subversivo e izquierdoso.
España no es así. La opinión de los españoles no va por esos derroteros, pero últimamente se ha desatado una campaña en las redes sociales que convoca a la protesta y a comportamientos que creíamos que estaban definitivamente enterrados. Las páginas de los periódicos y los informativos de las televisiones se han llenado de Torrespachecos de un día para otro, despertando a un viejo fantasma que parecía dormido. Hay mucho populismo y mucho odio en estas cuestiones, pero no menos que en el de España nos roba, en los chupinazos bilduetarras de San Fermín, o en el cromosoma diferenciador que hace ser a unos españoles mejores que otros. Todo forma parte del mismo asunto, aunque las reacciones no sean las mismas.
Estas son las cosas de la política que me enervan. Siempre viví en un ambiente de iguales, pero alguien se está encargando de que esa igualdad desaparezca y le está saliendo bien.