OPINION

Payasos a mi izquierda, bufones a la derecha

José Manuel Barquero | Domingo 06 de julio de 2025

Esta semana ha fallecido a los 67 años Michael Madsen, uno de mis actores secundarios favoritos. He olvidado muchas películas que vi en el cine, pero hay una categoría que recuerdo perfectamente. Son aquellas en las que observé espectadores saliendo de la sala por no soportar algunas escenas. La primera fue El expreso de medianoche, el filme de Alan Parker que narra la historia real del paso por una prisión turca de un ciudadano estadounidense. La visión de las atrocidades que se viven en un sistema penitenciario inhumano hicieron levantarse a dos elegantes señoras sentadas delante de mi. La segunda vez el culpable fue Michael Madsen, o mejor dicho, Quentin Tarantino, con aquella escena, inolvidable para bien o para mal, de Reservoir Dogs. En ese película Madsen interpreta al Señor Rubio, un psicópata que asesina a un rehén policía. Antes lo tortura cortándole una oreja mientras baila a su alrededor.

Madsen fue un malo de libro, a menudo interpretando a personajes violentos, misteriosos, corruptos o mafiosos. Ahí quedan sus trabajos en Wyatt Earp, Mulholland Falls, Donni Brasco, Kill Bill o Sin City. Quizá esa imagen trágica y pendenciera hace difícil recordar su papel en Thelma y Louise dando vida al novio tierno y comprensivo de Louise (Susan Sarandon). Su novia se lía la manta a la cabeza y se lanza a la aventura con Thelma (Geena Davis). Pero Madsen, lejos de engorilarse como un macho alfa, ofrece la imagen de una masculinidad amable, afectuosa, sensible ante las dudas existenciales de su pareja. Es lo que tiene el cine, y un buen actor. Hoy eres un delincuente capaz de mutilar a un tipo atado a una silla, y, mañana, un marido ejemplar acariciando las manos de tu chica sobre la mesa de un bar de carretera, para ver si entra en razón y vuelva a casa.

Cada día más, la política tiene un componente cinematográfico que, administrado en dosis convenientes, le añade interés. Hay un punto de teatralidad en algunas intervenciones públicas que ayudan a captar la atención del oyente. Entre las numerosas adversidades que debe afrontar en estos momentos Pedro Sánchez, uno de ellas es que ha perdido su capacidad para mantener a sus electores en el «sueño de ficción». No digo yo que no haya tenido éxito en su empeño durante años. Pero al votante, como al espectador de una película, o como al lector de una novela, no lo puedes sacar bruscamente de esa ilusión que supone la política, el cine o la literatura.

En las artes, aceptamos entregarnos al producto de la imaginación de alguien, pero eso no significa que le demos permiso al autor para tomarnos por idiotas. Exigimos un mínimo de coherencia en la fábula para que el guión, la trama, el argumento (hoy diríamos el relato), funcionen. Por acción o por omisión, Sánchez se ha saltado las reglas que permiten al ciudadano medio (no al militante) dar verosimilitud, o mejor dicho, considerar fiable, ese artefacto político llamado sanchismo.

Apelar a la traición puede funcionar para disculpar la falta de vigilancia sobre un socio empresarial, un amigo o el cónyuge. Pero en el caso de un señor que despacha regularmente con la personas mejor informadas del país, no tiene un pase. Quizá eso no sea suficiente, de momento, para establecer una responsabilidad penal, pero destroza el «sueño de ficción» en el ámbito político. O sea, que no es creíble.

Ahora nos encontramos con que otro fiel escudero de Pedro, que trabajaba en el complejo presidencial, es denunciado por comportamientos inapropiados con sus subordinadas. Y a Pedro nadie le dijo nada hasta que lo propuso para una vicesecretaría de organización del PSOE. Es decir, como acosador se le podía tolerar en la Moncloa, no en Ferraz. Cuando se han hecho públicas las denuncias, ni en un sitio ni en el otro. Ahora Sánchez quiere mostrarse como Madsen en Thelma y Louise, pero es mucho peor actor.

Pedro el Cruel debería centrarse en no llevar al PSOE a un final tan truculento como el de Reservoir Dogs. En la película, mientras el Señor Rubio rebanaba la oreja del pobre policía capturado por la banda de atracadores, sonaba la canción genial de los Stealers Wheel, Stuck in the middle with you: Payasos a mi izquierda, bufones a mi derecha, aquí estoy, atrapado en el medio contigo.


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