Ha dicho Feijóo: “El muro entre españoles ya no existe. Se acabó la pesadilla”. No sé si esta idea es compartida por toda la ciudadanía, pero sí estoy seguro que hay una mayoría que desea que esto sea así. Los muros no son buenos, ni siquiera los de Quilapayum. Europa los sufrió durante años y hoy la experiencia no quiere ser recordada por nadie. Sin embargo, todavía quedan nostálgicos de la intransigencia que siguen pensando que se vive mejor en una parte de la muralla, excluyendo a los demás de ese privilegio de ser los elegidos y los exclusivos.
Hay muros de todas clases y gentes deseosas de construir fronteras inexpugnables. Carlos Oroza abominaba de estas cosas con la frase: “¡Dejad que el trigo crezca en las fronteras!” No sé si, como dice Feijóo, el muro ya no existe. Más bien creo que continúa en pie y alguien se atrinchera a su sombra como si fuera la única razón que le queda para supervivir. La mayoría está harta de estas divisiones. Gustavo Matos dice que aquí no se da porque esto es muy pequeño, nos conocemos todos y nuestros hijos van al mismo colegio. No está mal tirado, pero el ambiente, fuera de esa franqueza amable, tiende a ser algo más excluyente.
De pequeños jugábamos a la torre en guardia, o a los hermanitos, y nos dividíamos en equipos que eran enemigos solo por un rato. No siempre estábamos los mismos en cada bando, pero la tendencia era que cada barrio se armara adecuadamente para enfrentarse en una guerrilla. A mí me dieron una pedrada en la plaza del Cristo y todavía tengo la cicatriz. No recuerdo quién fue, ni me importa, ni me importó nunca. Pero estos muros de ahora son diferentes. No son un juego, ni una demostración folclórica, como los desfiles de moros y cristianos, o como las libreas contra los invasores ingleses. En Fuerteventura se representa todos los años la conmemoración de la batalla de Tamasite, en Tuineje, donde intervienen hasta los camellos. Estuve dos años presentándola en un programa de televisión, con un San Miguel saliendo a la puerta de la iglesia.
Los muros de ahora son excluyentes, tanto los identitarios como los ideológicos. Si esto es lo que quiere destruir Feijóo me parece una buena idea, pero no creo que lo consiga. Con esas murallas no pudo la desamortización, ni siquiera la transición del 78. Parece algo incrustado en un principio reivindicativo, una cuenta pendiente que nunca hemos sido capaces de saldar. A un berlinés, del este o del oeste, le preguntas sobre el muro y le parece un mal recuerdo, algo que hay que olvidar. Aquí no es igual, porque ese muro nunca fue levantado físicamente. Solo es una estructura ideológica que se sufre con mayor intensidad que si fuera una obra de ladrillo. Parecía que el reencuentro de 1978 había acabado con eso, pero no fue así. Siempre quedaron los deseos latentes de alcanzar la lucha final. Esta es una posición insaciable que nunca desaparecerá, para nuestra desgracia.