OPINION

¿Seré lo que leo?

José Luis Azzollini García | Lunes 30 de junio de 2025
En el ser humano, la uniformidad, es algo que aunque resulte increíble, parece que fuera casi de obligado cumplimiento. ¿os taxistas, se considerarán más trabajadores de ese servicio público, cuando se visten todos de igual manera? ¿Tiene sentido que sea así? Personalmente creo que no, pero la realidad nos dice que cuando ves a todos los taxis con su personal vestido algo más uniformemente, parece que formaran todos parte del mismo equipo. ¿Se imagina alguien, un equipo de futbol, donde cada jugador fuera vestido de forma distinta, aunque manteniendo un mismo color para no confundirse con sus contrarios? Sería divertido, pero muy extraño. Un director de hotel, de un gran establecimiento, normalmente tendrá entre su equipo directivo a un personal enchaquetado, con corbata y zapatos relucientes. ¿Podríamos verlos en camiseta y bermudas? Podría ser, pero si coincidimos con ellos en sus vacaciones o tal vez en algún hotel de esos que buscan la diferenciación hasta ese punto. ¿Sería normal que la policía fuera vestida de cualquier manera? La verdad es que el respeto que imponen, creo que se disiparía un poco, si de repente, se presentaran a sus puestos, vestidos a su manera. Por muy limpios y arregladitos que fueran, la respuesta de la población sería algo diferente, a la par que distinta. Sería, exagerando la nota, casi como si fueran vestidos de lagarteranas. En la última entrega de los Oscar, se vieron unos trajes espectaculares, de diseño dispar y muchos hasta atrevidos. Pero lo que más causó rareza, fue ver entre el público a un actor que no pasó desapercibido para las cámaras. Su vestimenta se salía absolutamente de la uniformidad con el que se nos tiene acostumbrados en este evento. El hombre lucía una chamarra de chándal. Los zapatos no los vimos, pero puede ser que fueran unos tenis a juego o incluso, ¿por qué no? unas zapatillas de levantar de la cama.

Recuerdan aquel dicho de: “Cada oveja con su pareja”. Es un mensaje que nos habla de uniformidad, de relación emparejada y de que, sin esa especie de orden establecido por no sé qué o quién, la cosa no funcionará como es debido. Basándome en esa premisa, me ha dado que pensar sobre el motivo que hace que una persona que tenga su tendencia política curvada hacia la izquierda, solo o prácticamente de forma única, dedique su tiempo de lectura, de periódicos, a aquellos diarios cuya editorial tenga la misma tendencia política. Y quienes dirigen su curvatura hacia la derecha, solo se muestren interesados en la lectura que se edite desde ese mismo posicionamiento político.

Si subes a una guagua o cualquier otro medio de transporte y ves que alguien porta o tiene abierto un periódico, por ejemplo El País, directamente y casi de forma subconsciente, lo situamos a la izquierda del espectro político de nuestro parlamento y nación. Sin embargo, si la persona con la que cruzamos la mirada, va ensimismado o ensimismada en la lectura del diario La Razón, el pensamiento, nos trasladará a una posición que, para muchos, roza el yugo y las flechas. ¿Tiene eso sentido? Sentido, sentido, no sé si tendrá, pero es bastante usual actuar de esa manera. Pero, ¿Qué ocurre si en lugar de ir leyendo una u otra lectura, simplemente llevara ambos diario, debajo del brazo? ¡Ya tenemos la confusión en marcha! Esa persona puede que sea un “rara avis” dentro de la población, o simplemente alguien que lleva un encargo de periódicos para dos personas de distinto credo político. En cualquier caso, me pregunto si esto tiene alguna razón objetiva de entenderlo.

Sí que es verdad que una misma noticia, se nos puede presentar de varias formas diferentes según se trate de un medio de comunicación de una u otra tendencia política. Entre otras razones porque el periodista que nos trae una información determinada, puede que no sea apolítico del todo -no tiene porqué serlo-. Desde luego, hay quienes aún creemos en la profesionalidad de las personas, pero también somos conscientes de que las matizaciones pueden existir cuando además de la noticia en sí misma, se nos ofrece una valoración sobre lo que se informa. En ese caso nada debería despistarnos del meollo, pues una valoración personal siempre y por definición sería subjetiva. Se elimina la paja del trigo y tan amigos. ¿Para qué más discusión?

Lo mejor, casi siempre, es contrastar la misma noticia en varios medios y quedarnos con la media y con nuestra propia creencia sobre lo que se nos informe. Por ejemplo, la guerra de Gaza, tiene claramente dos antagonistas: Israel y Palestina. Hasta ahí todo claro. Pero, después viene la prensa y nos trae los porqués de tener que apoyar a unos o a otros, cuando lo más normal sería mandar a ambos dirigentes a hacer puñetas. Y, por si necesitábamos algo más de chicha en esa gran madeja, comienzan a salir líderes políticos que vienen a aportar su particular granito de podredumbre. Desde sus respectivas tribunas, unos proponen defender a los pobres palestinos que ven cómo se intenta sacarlos de su asentamiento para construir un complejo turístico de primer orden mundial y por otro lado, se presentan ante el mundo mundial esos promotores turísticos que tratan de hacerle entender en ese globo, que el terreno es de su propiedad y por lo tanto, pueden hacer en él lo que les salga de sus poderosas razones. Y, si a cualquiera de nosotros se le ocurriera tratar de razonar ambas posiciones, contrastando lo que allí sucede en los libros de historia, entonces… entonces… se nos colocará a la derecha o a la izquierda de lo que quiera que sea. ¡No consigo acostumbrarme a esa realidad!

En la Europa oriental pasa tres cuartos de lo mismo. Si te acuerdas de la familia de un tal Putin -vaya nombre para alguien que ha sido hijo- entonces sin duda alguna eres de izquierdas. Bueno se colocaba así, a quienes bufaban en su contra, antes de que un señor con una especie de “pelucón” bajo una gorra roja, decidiera que aquel otro no era un invasor, sino un pobre hombre que se vio obligado a meterse en una guerra por la actitud dictatorial de un pequeño humorista que lleva tiempo sin sacar ni una mísera sonrisa. Sin embargo, si te alineas con este dirigente, serás más de izquierdas que quienes dicen serlo. Salvo que el señor de la gorra llegue a un acuerdo con él y entonces pasarás por arte de magia, a ser un simpatizante de la mismísima derecha. ¡Ya me lie!

Bueno, para entendernos mejor, digas lo que digas, se te colocará en un extremo o en otro, no por lo que pienses sino porque, lo que salga de tu boquita, pueda parecerse a lo que haya declamado el azul de la gorra roja, el rojo que no lleva gorra, el pequeño que no lleva traje y corbata a juego con la gorra roja o lo que haya apoyado otro señor de brazos tan largos que a veces le falta chaqueta o eso me lo parece a mí. ¿Qué lio verdad? Pues por eso, lo más práctico es leer lo que a uno le apetezca, decir lo que dicte el corazón y/o la propia sesera te sugiera y si es posible, no permitir que unos y otros canten la “yenka” para que se baile al son que decidan. De momento, que les vayan dando y ya después, si eso, que se vayan al mismísimo centro de lo más hondo del carrizo. Por favor véndame un País, me lo envuelve en La Razón, que se lo voy a llevar al Mundo que está en Vanguardia. ¿Qué de qué tendencia política soy? ¡Un mojón para la pregunta y para quien la formula!


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