Escribe Javier Lambán en El País que debemos volver al socialismo para salir de la crisis política. ¿Qué quiere decir con esto? ¿Acaso se refiere a que en algún momento el PSOE dejó de ser socialista para convertirse en otra cosa? Si leemos sus opiniones observamos que su partido se ha entregado en los últimos tiempos a una ideología wok que lo aleja de sus presupuestos tradicionales, que el concreta en la socialdemocracia.
Aquí hay un error cronológico porque su organización no deja de ser marxista hasta 1979, en que Felipe González considera que ese es un paso imprescindible para ganar las elecciones de 1982. ¿Qué ocurría antes? En la reunión de Munich, de 1962, los socialdemócratas que asisten a mostrar su oposición al franquismo, junto con otras fuerzas, son los que más tarde se incorporan al proyecto político de la UCD, y que después del fracaso de Adolfo Suárez pasan a engrosar las filas del PSOE aportando buena parte de sus cuadros mejor preparados, encabezados por Gregorio Fernández Ordóñez. Esta situación llega hasta Zapatero que comienza a socavar el espíritu de la Transición, llevándonos a la resurrección del franquismo y a la exigencia de reivindicaciones frentepopulistas, dinamitando la amnistía de 1977 y poniendo en peligro una Constitución que intentaba superar las diferencias entre los españoles.
Esto lo sabe Lambán y muchos militantes socialistas a los que ahora se aísla en beneficio de los objetivos de la nueva política. Por ejemplo, esto que escribo, que no es otra cosa que alinearme con aquellos que nos esforzamos por conseguir los mejores años de estabilidad política, es objeto de anatema y de condena por parte de las militancias que siguen ciegamente las consignas que les dictan. Lo que dice Lambán forma parte de un necesario proceso de regeneración en torno a los principios constitucionales, que no se puede comparar con la que se ofrece, poniendo en duda la independencia del poder judicial y dividiendo a la prensa en sectores de adicción inquebrantable y la llamada máquina del fango.
La Constitución, consagra a la Jefatura del Estado como aglutinante de la unidad de los españoles. Hoy Puigdemont dice que la visita de los reyes a Monserrat es una provocación, y, en esta tesitura, el Gobierno insiste en apoyarse en sus votos mal llamados progresistas. Esta soberanía también fue saldada en una norma constitucional que fue refrendada por una mayoría muy mayoritaria en Cataluña. Zapatero hizo trizas este ambiente de convivencia, que ahora se intenta reparar a partir de cesiones inconfesables en nombre de la convivencia.
Creo que Lambán tiene razón, igual que Felipe, que Guerra, que Nicolás Redondo, que Paco Vázquez, que Tomás Gómez, que Page, que Lobato y que tantos que se han mantenido leales a unos principios que otros, por su propia conveniencia, se han encargado de demoler. Sé que hay una militancia que los considera traidores y, por tanto, no estará de acuerdo con lo que escribo. A ellos les digo que la solución del problema está en sus manos. Si son capaces de verlo, claro está.