A mí Koldo me produce ternura desde que lo vi sentado en el chéster con Risto. Esa figura de gigantón torpe y servil, llamando señor al que se le pone por delante, me recuerda a un escudero fiel, a un guardaespaldas que no tiene nada en la cabeza, pero es algo más que eso. Sus compañeros, o sus jefes o valedores, como quieran llamarlos, me parecen más vulgares. Ábalos y Cerdán son dos macarras en estado puro, Koldo es más auténtico, un perro guardián, como el chófer de Rocío Jurado que también quiso participar de los beneficios del famoseo, igual que Antonio David y todos los personajes de la tele.
Alguien dijo hace poco que España, o mejor dicho la política española, se ha convertido en el espectáculo de Sálvame. Hay algo de cotilleo femenino y marujeo incrustado dentro del sanchismo. No olvidemos que un 60% de sus votantes son mujeres. Entre eso y el apoyo de los catalanes se construyen las bases de su legitimidad. Tengo muchos amigos socialistas y si hoy hablara con ellos estarían de acuerdo con lo que estoy diciendo. Claro está que pertenecen a una generación distinta, donde los compromisos tendían al entendimiento más que a la polarización y al levantamiento de muros irreconciliables. Reconozco que en esto estoy un poco pasado de moda.
Hace unos días hablaba con mi hijo y me lo hacía ver. Estuvo hace unos años llevando la comunicación en la campaña de los Comunes y algo sabe de esto. Hablo como escritor y la figura de Koldo me parece la más interesante a la hora de construir un personaje. Arturo Pérez Reverte dice que quien le llama la atención en este aspecto es Sánchez, pero él es un escritor de intrigas y yo soy más de Víctor Hugo. Koldo me recuerda a ese Quasimodo que se desplaza por los arbotantes de Notre Dame, al fantasma de la ópera o al monstruo de Frankenstein, al que se le atisban rasgos de tierna ingenuidad.
De esta naturalidad instintiva sale el material contenido en el informe de la UCO que hace estremecer a las estructuras del Gobierno. De escribir la biografía de alguien me inclinaría por este Pantagruel que ejerció de aizkolari y de portero de un puticlub, experto en seleccionarle la compañía a sus compañeros, un servidor en toda regla capaz de satisfacer los deseos de cualquiera y que acabó paseándose por los ministerios donde se movía el dinero como Pedro por su casa. Todo esto formaría parte de una novela un poco exagerada y difícil de creer si no fuera por el componente sentimental que provoca tenerle simpatía al delincuente, como hace Dostoyevski con su Raskolnikov, en Crimen y Castigo.
Sería así, desde el prisma literario, pero la realidad es otra. El argumento rocambolesco y disparatado se echa por tierra a partir de que este Goliat y sus compinches fueron los que acompañaron al presidente del Gobierno en su denodada campaña para recuperar el control de su partido. Un partido que ahora se las ve y se las desea para salir del entuerto en el que está metido. Con todo, Koldo es el mejor. Su simpleza es un atenuante.