OPINION

Los errores existen

Juan Pedro Rivero González | Jueves 05 de junio de 2025

Es importante que tengamos planes de seguridad en los espacios públicos, que trabajemos por la seguridad vial y las instituciones públicas sean previsoras respecto a la seguridad medioambiental. Los avances en este sentido hemos de felicitarlos. Incluso es oportuno que invirtamos en seguros de responsabilidad civil que garanticen las ayudas necesarias en caso de accidentes inesperados e involuntarios. Pero los accidentes, los errores, las circunstancias no previstas existen. El dinamismo de la realidad es tal que, por previsores que podamos ser, siempre sucede lo inesperado. Por finos en nuestras actividades que queramos ser, somos falibles y los errores se dan. Debemos aprender, de nuevo, a conjugar el verbo equivocarse y el verbo pedir perdón.

Yo me equivoco, tú te equivocas, nos equivocamos. Cometemos errores y nos manifestamos finitos, falibles y vulnerables. Si llueve, nos mojamos; y si el suelo está humedecido, no cabe duda de que resbalarnos es una de las posibilidades reales que pueden acontecer. Sin consciencia de esta realidad que nos rodea, solo la crispación y el enfrentamiento será la consecuencia lógica para una sociedad convencida de que los errores no existen, sino que solo hay culpables y damnificados. El desarrollo científico y tecnológico nos está convenciendo de que nada puede fallar y que nadie puede equivocarse. Y eso no es cierto.

No hablamos de daño culposo, realizado a propósito de algún interés mezquino que debe ser perseguido y condenado. Hablamos de la posibilidad de errar, de la incapacidad de acertar siempre y en todo. Al rosario de situaciones pretendidas e interesadas que olvidan que los demás no son objetos manipulables, hemos de añadir la componente, no siempre evitable, del error or humano, del fallo inesperado y de lo azaroso y accidental. Se equivocan los médicos y los docentes, yerran los jueces y los cuerpos y fuerzas de seguridad, se suelta una teja y cae inesperadamente sobre la acera por la que puede pasar un viandante. Se puede pinchar un neumático en la autopista o soltar un tornillo en un motor. Precisamente, por esta suma de hechos inesperados, es por lo que la resiliencia es una capacidad digna de ser protegida. Si nada falla, ¿de qué nos tenemos que reponer?

Reconocer esta verdad de la que tomamos consciencia con la evidente certeza del acontecer diario es fundamental. Si todo estuviera medido, pesado, predeterminado, con la exactitud con la que suceden las cosas en nuestros sueños, si nada fallara y nunca quebrara una iniciativa humana, la existencia sería un sueño irreal. Y no lo es; es una dinámica experiencia de complejidades enredadas por circunstancias que no pueden ser medidas del todo y hacen belleza, pese a lo trágico que pueden resultar en ocasiones. Una puesta de sol es hermosa por inesperada, porque despierta asombro. Porque no siempre es igual. Por lo inesperado.

La agresividad social que percibíamos en tantos ámbitos y de maneras tan distintas, no cabe duda, tiene detrás esta pretensión de exactitud que supone que un reloj suizo ni adelanta ni atrasa. Y, no lo duden, también esos cronómetros cometen errores. No quiero vivir en un mundo en el que no exista posibilidad de errar, de equivocarse, de pedir perdón. No quiero, porque siento que mi mayor tesoro es la libertad que, junto con la inteligencia y la capacidad de amar, me hacen imagen y semejanza divina. Soy libre; por eso me equivoco, por eso puedo pedir perdón. Quiero seguir siendo libre.


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