Si existe una actividad laboral denostada, criticada, en ocasiones atacada y casi siempre ignorada, esa es la de visitador médico. Seguramente, la propia Industria Farmacéutica ha contribuido en parte a ello, pretendiendo desarrollar su trabajo sin tanta publicidad; pero, consiguiendo sin desearlo, que dicha labor pase por delante de los ojos de los usuarios de una forma intrigante.
¿Quiénes son esas personas que vistiendo de forma más o menos elegante -antes era obligatorio el uso de traje chaqueta y corbata para los hombres y vestuario de ejecutiva para las mujeres- entran en los centros sanitarios y despachan con el cuerpo médico? En este artículo, trataré de explicar desde mi experiencia quienes son, qué hacen y por qué razón han formado parte importante del mundo sanitario no solo en nuestro país, sino en la inmensa mayoría de países, más o menos desarrollados.
Para empezar, trataré de acercarles lo que se cuece en la Industria Farmacéutica, más allá de lo que nos viene a través de libros y películas sacadas de alguno de ellos. Obviamente no entraré a valorar el nivel de ficción o realidad de todo cuanto se dice en sus páginas ni de cuanto se ve y oye en las pantallas. Naturalmente, y como en todos los sectores, no discutiré que algo de lo que, en esos medios, se muestra, pudiera tener su parte de razón, pues la indecencia, la soberbia, la avaricia, y no sé cuántos pecados más, son inherentes al ser humano y este tipo de industrias, como todas, están formadas básicamente, por personas. Dentro de ellas, habrá un grupo directivo, sin duda alguna, pero lo más que abunda son técnicos de laboratorios, licenciados en derecho de patentes, especialistas en márquetin y personal de apoyo. De todos ellos, los que más protagonismo tienen son los investigadores, pues su dedicación es ardua pero con muy poca visibilidad. Este grupo es el que cantará su particular “eureka” en cuanto descubren la vacuna para tal virus o la sanación o mejora de cualquier enfermedad que venía trayendo de cabeza a los sanitarios de primera línea. Aquellos y estos otros, jamás se conocerán, y sin embargo, tendrán una estrecha relación a través del fármaco que los primeros descubrieron. Esto, visto así, sería demasiado sencillo y tal vez, poco real. Y me atrevo a clasificarlo de esta manera, porque quien conoce todas las vicisitudes por las que pasa un medicamento antes de llegar al paciente sabe, que son tantas, que casi hace que la labor de hormiguitas de los primeros, pase desapercibida. Tras aquella primera reacción al determinar la fórmula que ayudará a salvar vidas, seguirá un recorrido sorteando una cantidad de obstáculos de tal envergadura que muchas veces, es la causa de desaparición de alguna de esas empresas. El dinero que se tiene que invertir en sacar a delante una pastillita de medio centímetro es tan enorme que sobrepasa el límite de lo creíble. Tras los años de investigación, llegarán los años de poner en práctica su eficacia, primero con animalitos y mucho más tarde con el ser humano. Cada una de las distintas fases, tienen un riesgo que puede dar al traste con su cualificación final por las autoridades sanitarias de cada país.
Cuando esos medicamentos, al final, consiguen el visto bueno, pasarán un nuevo calvario ante las autoridades sanitarias públicas, quienes velarán porque el precio que se pretenda cobrar, sea factible de ser pagado tanto por pacientes, como por la parte pública -como sabemos, en nuestro país, los medicamentos son subvencionados-. Además en algunos países se está obligado a compartir patente con empresas nacionales del ramo. También se ha de tener en cuenta que una misma molécula, puede ser cofinanciada o vendido el uso de la patente para aminorar gastos, a dos firmas distintas, quienes tendrán su propio nombre comercial y su comercialización final del producto.
Es justo ahí donde la figura del visitador médico adquiere su protagonismo y la justificación de su presencia. ¿Quiere decir esto último que el visitador/a médico, es un vendedor? En absoluto. La Industria Farmacéutica, genera el medicamento, Los especialistas investigan y elaboran estudios que buscan ahondar en la eficacia de los mismos en las enfermedades para las que han sido pensados, las farmacias son las que venden dichos fármacos y las que liquidan con el Estado la parte que éste financia y quienes recetarán cada fármaco según su buen criterio, serán los sanitarios. El visitador médico se limitará, pues, a informar sobre la ficha técnica, seguridad y datos de estudios. Y, será eso lo que el visitador médico lleve en su cartera de trabajo. ¡Si, en su maleta!
Cuando un profesional de este sector entra en su centro de salud para entrevistarse con un médico, lo hace en calidad de representante de un laboratorio farmacéutico en concreto y tal y como he apuntado, no entra para “vender” ningún producto. Entre otras cosas, porque el médico o enfermero al que visite, no comprará nada. Y, no lo hará, porque no hay nada que comprar. ¿Entonces para qué es la visita, si no se vende ni se compra nada? Pues nada más sencillo que explicar. Las primeras visitas son para exponer los beneficios de un nuevo fármaco que ha podido salir a la luz. Las visitas que se produzcan a continuación, serán para mantener perfectamente informada a la plantilla sanitaria de cada centro médico, hospital o farmacia desde donde se deba tener conocimiento de la novedad, de los nuevos estudios y ensayos que se seguirán produciendo y de todo aquello que ayude a un correcto uso de todo lo que concierne a la medicación en cuestión. La infinidad de visitas que se produzcan en el tiempo de vida útil de cualquier fármaco, solo perseguirá mantener la información actualizada. Obviamente cada laboratorio lo hará mencionando su propia marca comercial; y ahí es donde entrará esa labor relacional entre los profesionales sanitarios y la visita médica. Recordarán el tema de los bolígrafos y libretas que se repartían, ¿verdad? Eso no era otra cosa sino el fortalecer la presencia de una marca sobre otras. Pero, quien suponga o deduzca que tal o cual médico, recetará un medicamento por el hecho de haber recibido un bolígrafo, estará totalmente “desnortado”. ¿Algún lector se vendería por un boli?
El visitador médico, en su maleta, además de la información científica que lleva, también portará su don de gente para tratar de forma correcta ante quien se presenta. Llevará, además, un nivel de conocimiento debidamente formado como para que sus palabras sean las acertadas y no confundan a nadie. En ese maletín que lleva, un o una visitadora médica, se podrá encontrar igualmente, una cantidad de paciencia para soportar las miradas inquisidoras de algunos pacientes -afortunadamente minoría- que se han dejado imbuir por las habladurías de bocazas profesionales que solo dedican su tiempo a sembrar dudas en la relación “visitador y médicos”, tal que se estuviera hablando de la mismísima mafia. En ese maletín se podrá encontrar, incluso la formación adecuada para detectar y saber canalizar hacia fármaco-vigilancia, los posibles acontecimientos adversos que pudieran haber surgido durante la vigencia del fármaco, insistiendo especialmente, en sus dos primeros años de vida útil.
En el maletín de un visitador, lo que más se podrá encontrar, es muchísima seriedad y responsabilidad a la hora de informar sobre su fármaco.