En un mundo de terraplanistas, negacionistas, activistas y un largo etcétera de gente que cree tener la razón, lo mejor es no pretender tenerla. Se vive mejor. Discutir es un comportamiento habitual en las parejas, de ahí se pasa a las familias, a los grupos y a los bloques. Siempre me he preguntado si existe algo de amor en el debate. Puede que sí, porque no estamos dispuestos a hacerlo con cualquiera. En la discusión siempre serás un elegido, aunque no siempre represente una fortuna.
El debate es una inquietud compartida que puede acabar en una crisis grave. ¿Entonces, por qué lo hacemos? Hay una pretensión en los humanos por compartir, aunque eso nos lleve a la intransigencia. Siempre compartimos aquello que preferimos y nos equivocamos pensando que también lo prefieren los demás. Un amigo me contaba la conversación que tuvo con un hombre de campo sobre las posibles relaciones del párroco con la mujer que lo atendía. La respuesta fue: “ellos pelean como matrimonio”. No sé si esto es bueno. Creo que no.
Procuro escribir de las cosas que veo y de las que leo, pero no estoy seguro de que mis comentarios agraden a todos por igual. No pretendo convencer, ni que me entiendan. Si consigo entretener me doy por bien pagado. Mi cuerpo se pasa el día matando células. Deben ser las que le sobran y ya no sirven para nada. Son pequeñas costras de mí mismo que me arranco con las uñas. Entonces pienso en los millones de ellas que tenemos. No hablemos de las neuronas, que están dando la vara en nuestro cerebro, siempre de acá para allá para inquietarnos. Lo mejor sería no fijarse en esas cosas. Jugar al pádel o hacer training, pero eso cada vez me resulta más difícil, por no decir imposible. Así que me conformo con los ejercicios que hago con mi memoria, a sabiendas de las neuronas que se mueren cada día.
Discutir, que es el tema por el que comencé a escribir, también es un ejercicio. Tengo todo el tiempo del mundo para hacerlo conmigo mismo y hasta ahora no me resulta aburrido. Hoy el debate versa sobre progresistas y conservadores y alguien sacará una conclusión en torno a uno de estos dos aspectos de la vida. ¿Mis neuronas son progresistas o conservadoras? ¿Y esas pequeñas células que me arranco? ¿A dónde van a parar las uñas que me corto? ¿Y los padrastros? Todavía no han inventado un contenedor especial donde arrojar estos desperdicios orgánicos. No lo hacen porque entonces empezaríamos a darnos cuenta de nuestro desgaste, de los efectos del deterioro, de quitarnos de encima las cosas inservibles, evitando que nos convirtamos en el síndrome de Diógenes de nosotros mismos.
Por eso pienso que no vale la pena discutir, ni posicionarse ante nada- Lo mejor será convertirlo en costumbre y hacer como los matrimonios viejos, o como los ex, que siempre son algo más que los novios, porque les queda la manía de revisarse y de discutir, pero de forma sana. Yo he aprendido con el tiempo que si alguien discute conmigo es porque, en el fondo, me aprecia.