Este año he recibido en consulta numerosos casos de divorcios y separaciones. Cada vez es más común escuchar frases como: “Ya no aguantamos lo de antes”, especialmente en conversaciones informales. Sin embargo, ese verbo, “aguantar”, comienza a resultarme incómodo.
¿Qué significa realmente aguantar? Implica sostener algo —o a alguien— con esfuerzo. Yo misma utilicé ese término durante años en mis relaciones personales y profesionales, especialmente en situaciones que me sobrepasaban. Pero con el tiempo he comprendido que, aunque en ciertos casos es necesario cerrar etapas y empezar de nuevo, como en relaciones o trabajos que ya no nos nutren, también nos hemos convertido en una sociedad que desecha antes que reparar.
Hoy, todo parece tener fecha de caducidad, incluso los vínculos afectivos. A medida que he crecido como persona y he trabajado en mi desarrollo interior, me doy cuenta de cuán erróneo es vivir las circunstancias desde la urgencia de lo desechable.
¿Por qué tiramos unos zapatos que aún pueden repararse? La misma lógica emocional se aplica a quienes rompen relaciones solo por atravesar una crisis.
Recientemente conocí a una mujer de 50 años que se había divorciado dos veces. Su primer matrimonio fue con el padre de sus dos hijos, y luego se casó con otro hombre, con quien tuvo un tercero. A los 50, había decidido separarse para "vivir la vida" y "sentirse libre".
Me pregunto: ¿y qué había estado haciendo durante todos esos años?
Ahora disfrutaba del tardeo, una moda reciente en España donde personas de mediana edad se reúnen a mediodía hasta entrada la noche para socializar, alternar, y —por qué no— establecer nuevas relaciones. Me hablaba con entusiasmo de esa etapa: sin ataduras, sin compromisos, con libertad absoluta.
Muchas de estas personas iniciaron sus relaciones muy jóvenes, entre los 15 y los 20 años. Como esta mujer, que fue madre a los 17, crió a sus hijos, trabajó duro, y hoy, tras alcanzar cierta estabilidad —o simplemente adaptarse a vivir con poco—, deciden romper con todo lo anterior.
Y sí, cuando hay maltrato, violencia o relaciones insostenibles, la separación es lo saludable. Pero hacerlo por puro cansancio, por una sensación de hartazgo o solo para "vivir la vida", resulta un fenómeno, al menos, kafkiano.
¿No sería más lógico vivir intensamente en la juventud, explorar, cambiar, experimentar… y luego buscar con quién envejecer de forma amorosa y serena?
Tal vez suene anticuado. Quizá mi visión está teñida por mis propias creencias y experiencias. Pero lo cierto es que cada vez más personas se sienten solas. La soledad, incluso estando en pareja, es una realidad que escuchamos con frecuencia en consulta. Y muchos terminan pensando que es mejor estar solo que mal acompañado.
Si algo he aprendido, es que no existen fórmulas mágicas para la felicidad. Cada uno vive como ha elegido vivir. ¿Qué es mejor? La respuesta, quizás, sea sentirse bien con uno mismo, tratando de hacer el menor daño posible a quienes nos rodean.