Dice Enric Juliana que en España no hay mayoría para aprobar unos presupuestos, tampoco la hay para sacar adelante un tratado de amistad con Francia y menos para una moción de censura. Es una máquina bloqueada que no avanza ni retrocede. A esto lo llamamos ejercicio democrático. Quizá los sabios socialistas de 2015 y 2016 sabían que esto podía suceder y se aprestaron a poner líneas rojas, pero no contaban con que una reacción interna dentro de su partido iba a cambiar las cosas. Entrábamos de lleno en lo que ha venido a llamarse sanchismo y estas son las consecuencias.
La democracia está profundamente dañada y nuestro prestigio internacional anda por los suelos. Ya no nos llaman ni para el jurado de un concurso de mises. La polarización ha terminado por destrozar nuestras posibilidades de integrarnos en una acción política razonable. Si no hay parlamento no importa, se gobierna de todas maneras. El invento de la diversidad se ha incrustado como una garrapata en la vida política hasta conseguir paralizarla totalmente. Los problemas judiciales no son lo importante, ni las filtraciones, ni los bulos, ni los pseudomedios, ni la máquina del fango, ni las persecuciones de los jueces y las sospechas de parcialidad de la UCO y de los tribunales. Esto asfixia el ambiente, pero es lo menos grave. El problema está en el bloqueo parlamentario al que se refiere Juliana. Eso no hay país que lo resista.
El perro del hortelano se ha venido a instalar definitivamente en nuestras instituciones democráticas, y se ha hecho dueño del cacharro de la comida, del que tampoco come. Juliana hablaba de esta realidad que se oculta con la tontería de lo que llaman casquería. Dicen que en la Moncloa están preocupados con que se descubra que a Iglesias lo llamaban maltratador, a Lambán impresentable, a Page tocapelotas y a Margarita pájara. Eso no es lo importante. Yo creo que conviene que hablemos de esas bobadas, porque así no lo hacemos de lo otro, que es lo grave, lo que nos carcome definitivamente sin que lo podamos evitar. Mientras tanto cantamos lo de qué buenas son las madres ursulinas que nos llevan de excursión, y aquello de que no nos damos cuenta del bien que se nos hace en esta santa casa. Lo peor es que es gente inteligente la que anda engañada con estos asuntos; o quizá no, y en ellos y en su capacidad de reflexión se encuentre la salvación.