El cero —aunque pueda no parecerlo— es un número. De hecho, es un número que no es un número porque no representa valor ninguno. Incluso admitiendo que sea un número hay que reconocer que lo único que expresa es la falta absoluta de cantidad. Dicho en otras palabras, no es otra cosa que un simple valor nulo. Y digo yo: un signo que, por definición, es nulo ¿debería adquirir la categoría de número? Me parece muy discutible.
El cero —queramos o no— tiene para la humanidad un sentido harto negativo. El popular cero patatero, por ejemplo, ilustra a la perfección su significado dañino, perjudicial, pernicioso. Lo mismo sucede con el castizo cero a la izquierda, procedente de la más pura realidad matemática. Como se sabe, en una cifra cualquiera situar un cero a su izquierda es una auténtica gilipollez; no sirve para nada, no modifica, en modo alguno, el valor de dicha cifra.
No existe la expresión “un cero a la derecha” pero la realidad nos muestra que, cuando se da esta circunstancia, la variabilidad de la cifra es altamente considerable; normalmente se considera un factor positivo cuando lo que se maneja es dinero, excepto cuando el pecunio es rojo, es decir, cuando se trata de cantidades adeudadas; entonces el cero a la derecha puede hacer mucho daño a la víctima. Pero, vamos, no nos engañemos, a parte de esta, digamos, digna excepción escorada hacia la derecha, para el resto de sus actuaciones convendremos en que el cero es siempre negativo a más no poder.
Hoy en día existe una cierta tendencia por parte de los jóvenes a reflejar en su caletre la nula validez de su pelambrera: se pelan al cero y se quedan tan anchos. Y no es para ir más cómodos o más frescos en verano, ni para no tener que pagar al peluquero de turno, ni para ahorrarse el acto diario de peinarse correctamente, no. Es por motivos estéticos. Ya se les pasará.
Otra de las expresiones candentes en nuestra tan ilustrada sociedad es la que —pegando un hachazo al substantivo que le precede— define al dicho substantivo con un categórico corte de matices: tolerancia cero. También está de moda. Curiosamente, la tolerancia se ha distinguido siempre por unos determinados grados morales o jurídicos que gradúan (valga la hermosa redundancia) la atenuación de una prohibición.
Finalmente, la tolerancia no deja de ser una fórmula de libertad para frenar tajantes prohibiciones. Yo sigo creyendo en las personas tolerantes; pues lo mismo con las leyes.
Quiero acabar esta profunda reflexión con un recuerdo infantil. En el carnet de notas mensuales (calificaciones) que nos repartían los maestros de la escuela para que las entregásemos a nuestros progenitores para su firma y consentimiento, detrás de la asignatura correspondiente figuraba el número (en cifras arábigas) que se había obtenido en la materia durante aquel período: matemáticas 7; geografía 6; historia 2; etc. Pues bien, a los alumnos como yo que no conseguíamos alcanzar un mínimo de puntuación en algunas de las asignaturas nos hacían la inmensa putada de escribir con letras la calificación catastrófica.
En mi caso, FEN cero; gimnasia cero; así, en letras, como para recibir mejor las felicitaciones paternas y maternas en forma de broncas monumentales. Tengo que confesar que, cuando yo enseñaba dichas notas a mis padres con estos ejemplos que acabo de reseñar, era mimadamente felicitado e incluso me daban unas palmaditas en los hombros mientras una sonrisa se dibujaba bajo el bigote (el de mi padre, claro) y, sobretodo, en los ojos de mi madre. FEN quería decir Formación del Espíritu Nacional y era la asignatura teórica del fascio más puro, al estilo falange directamente. Y les puedo garantizar que no era tan fácil conseguir el “cero”, además de un poco arriesgado.
Gracias por su atención. Si me lo permiten, me voy a tomar una Coca-Cola “zero-zero”. Brindo por ustedes.