Los lunes son buenos para leer la prensa. Seguramente porque la paz del fin de semana hace reposar las ideas para escribir un buen artículo. Hoy leo el editorial de El País donde se habla del próximo congreso del PPE en Valencia y noto un cierto reproche hacia el comportamiento que se le podría exigir tanto a conservadores como a progresistas a la hora de establecer sus alianzas. Se habla de Europa y parece que en el ambiente se mece el deseo de un gran pacto como la mejor solución.
En España, lo que se le exige a los liberales es lo mismo que lo que se demanda a los socialistas, y, una cosa por la otra, la casa sigue sin barrer. En otro espacio, el catedrático de Filosofía, Manuel Cruz, que fue presidente del Senado y miembro del partido de los socialistas de Cataluña, viene a decir lo mismo en su artículo titulado: “Cuerpo a tierra que viene el futuro”. Aquí expone que ahora se añora un comportamiento que era antes denostado. Esto es así porque han aparecido fuerzas que distorsionan a la auténtica división ideológica, convirtiendo el panorama en una situación de oportunidades que se diseña a través de la separación en bloques irreconciliables. No sé qué se persigue con esto, lo que sí sé es lo que se ha dejado atrás.
Lo de Valencia gira en torno a Mazón y a su pacto con Vox para aprobar los presupuestos; la reflexión de Manuel Cruz lo hace recordando a políticos que hoy son puestos a los pies de los caballos por sus correligionarios, como Felipe González, Alfonso Guerra o Rubalcaba. En cualquier caso son dos ronchas que deben superarse para entender el futuro de la política española. Esta sería la forma sensata de mirar hacia Europa, en la posición centrada y occidental que le corresponde, nunca ampliando el multilateralismo a fronteras ajenas, teniendo en cuenta que las sociedades no son siempre el reflejo de sus representantes, y que los ciudadanos, su cultura y sus valores, son capaces de quitarse de encima todas las lacras temporales por muy arraigadas que parezcan.
En España hay un refrán que dice: “no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista”, y esto significa que nada viene para quedarse, y, cuando lo hace, provoca catástrofes de consecuencias difíciles de calcular. El mundo está pasando por una etapa llena de incertidumbre. Ya hace unos años que emprendimos ese camino alejado de la certeza, con experimentos que no nos llevan a ningún destino. Vamos, como Dorita, por la senda de losetas amarillas, camino del reino de Oz, y al final, igual que ella, descubriremos que detrás del biombo no hay nada: solo un charlatán que produce frases huecas insistentemente para tratar de embelesar a un pueblo que se las cree. Llegará un día en que despierte del sueño y las fantasías que la acompañaban, para retornar a la realidad, donde el león, el espantapájaros y el hombre de hojalata se convierten en los granjeros de toda la vida, como en el anuncio del teléfono móvil de Antonio Resines.