OPINION

Las apariencias no engañan

Juan Pedro Rivero González | Jueves 27 de junio de 2024

Recientemente he entrado en un grupo de investigación filosófica que se llama Filosofía Fundamental, que postula y promueve una nueva herramienta filosófica de conocimiento de la realidad que se denomina La Reología. Se trata de abandonar las anquilosadas posturas ideológicas y asumir el riesgo de pensar con los pies en la tierra. Caminar por la senda de una metafísica siendo físicamente responsables. O, como decía uno de sus precursores, reconocer que no es posible conocer la realidad al margen de las cosas reales, desde las que hemos de ser rigurosos con nuestra aproximación seria, reconociendo que nosotros mismos estamos atados existencialmente a esas cosas reales.

Uno de sus miembros compartió hace unos días el cartel publicitario de una marca de coches del que usamos el título de esta colaboración: Las apariencias no engañan. Claro que esto no lo pudiera decir quienes desconfían de la capacidad humana de conocer lo real desde lo que esa cosa real da de sí para nuestros sentidos. Porque si nos engañaran las apariencias, aquello que percibimos inteligentemente, no nos quedaría otra alternativa que acoger sin condiciones lo que otros nos digan sea o no sea verdadero. Lo que aparece a nuestros sentidos nos engaña si nos contentamos con su mero aparecer y no le interrogamos con responsabilidad hasta el límite de los posible. No nos engañan las apariencias, sino nuestra pereza intelectual.

Poseer espíritu crítico no es discutir postulados desde nuestra espontánea opinión. Esos son debates histéricos o estúpidos. Lo real está esperando nuestras preguntas en la búsqueda rigurosamente científica de sus respuestas. Saber preguntar es la competencia hermana del pensamiento crítico. Las ciencias mismas son un sistema de preguntas. Saber preguntas y saber observar. Indagar sin temores a descubrir lo que sea que acontezca como verdadero.

Y si no nos engañan las cosas en cuanto aparecen a nuestros sentidos, ¿qué nos puede engañar? La ideologización del discurso. El mero juego de ideas preconcebidas que nos sitúan en la realidad desde precomprensiones. Un debate deportivo en que ya sabemos las posturas de los intervinientes cuando se le pregunta quién es el mejor jugador de la historia reciente: si eres del Madrid –prejuicio de aficionado- será Cristiano Ronaldo; si del Barcelona, Lionel Messi. ¿Mejor en qué sentido? ¿Mejor por qué motivo? Si son dos jugadores distintos con distintas capacidades y habilidades diferentes, ¿es posible compararlos? Un juicio tan simple y primitivo como este puede mostrarnos la importancia que tiene la indagación y la destreza de preguntar, que pone en marcha ese camino de encuentro. Lo otro no es, en modo alguno, manifestación de pensamiento crítico. Y así, con todo.

Hasta las cuestiones más elevadas y las preguntas más complicadas deben ser hechas a las cosas reales. Hasta el mismo Dios solo se dejó conocer en la historia de un pueblo y en la naturaleza humana de un bebé. No hay realidad al margen de las cosas reales. Y nosotros somos parte de esa realidad a la que preguntamos críticamente.

Los autores del mensaje publicitario sabían que estamos hechos para el uso de la inteligencia sentiente –así la llamaba Zubiri- y que las cosas y los objetos que percibimos son un de suyo que dan de sí hasta el punto de ofrecernos verdad.

Cómo me gustaría que esta herramienta se instalara en los discursos políticos y pedagógicos.