El manejo del tiempo y su administración, en nuestra sociedad tecnificada, es una experiencia que necesita ser educada. Mientras regresaba de la citada experiencia terrible, subiendo la autopista Santa Cruz - La Laguna, en la radio, comentaristas afirmaban que los adolescentes españoles estaba seis horas diarias vinculados a las redes sociales, al menos a las pantallas. Por un lado la prisa y por otro el uso entretenido del tiempo como si fuera un bien interminable y sobrante. Inmediatamente me pregunté por el tiempo que yo, que ya no soy un adolescente, utilizo en el teléfono. Y, oh sorpresa, me acaba de decir que son dos horas y media. Y si eso es así, y perdonen mi confesión pública, ¿por qué este sentimiento de haber perdido el tiempo en esta mañana?
Debe ser porque no depende de mí. Porque no lo elijo yo. Porque me hace sentir vulnerable y dependiente, porque me exige obedecer a unas circunstancias que yo no controlo. Porque se me ha incorporado al alma el espíritu de autonomía absoluta que es contraindicado para situaciones en las que no soy el sujeto del proceso, sino un dagnificado de las circunstancias. Y a fuerza de ser realista, lo que realmente depende de mí es bastante escaso. Hagamos cuentas para que descubramos que somos presos de la realidad, sea esta biológica, social, económica, política o, incluso, espiritual. Hay un sinfín de puntos de autoridad en los que la realidad nos pide obedecer, aunque se rebele nuestra libertad.
Tal vez escriba hoy como quien se desahoga tras una experiencia corriente que se percibe, en un determinado momento, como especial. Porque no es ni la única vez que me ocurre ni será la última. Pero hoy mi mundo interior estaba preparado para acoger la experiencia de ser llamado a moderar mi capacidad de ser sujeto de mi propio tiempo.
El tiempo es un regalo de Dios. Él es eterno, y la prisa no va con Él. A Él sí que le sobra el tiempo. La prisa es patrimonio del ser humano. Y, como todo patrimonio humano, es precario, se corroe, pierde o desgasta. Caduca. Termina. Solo si pudiéramos divinizar la vida, viviríamos la temporalidad desde otra perspectiva. Solo si ganáramos la batalla de la fe en la vida eterna dejaríamos de tener prisa, o si la tenemos, la tendríamos sin agobios inadecuados y con un adecuado manejo.
Aunque no encontrará aparcamiento, la realidad misma me ha felicitado la Pascua de Resurrección.