OPINION

Embajadora o cajera

Marc González | Miércoles 24 de enero de 2024

Ione Belarra rompió a llorar cuando le comunicaron la oferta que Pedro Sánchez reservaba a la antaño mano derecha del presidente en igualdad y feminismo, la ya exministra Irene Montero.

Sánchez, que no confiaba en la cónyuge de su antiguo vicepresidente -y razones no le faltaban, tras el fiasco de la Ley del “sí es sí”-, ofreció a Montero la embajada de España en Chile.

Más allá de la cursilería del relato de Belarra, el episodio describe a la perfección lo que, desde tiempo inmemorial, constituye la relación habitual entre las distintas formaciones de la izquierda española. Si durante la Guerra Civil anarquistas, comunistas y socialistas se mataban entre sí casi con tanta ligereza, frecuencia e inquina como asesinaban a quien se sospechaba -con razón o sin ella- que albergaba ideas conservadoras o simplemente católicas, en el siglo XXI la eliminación física del correligionario incómodo ha dado paso a su muerte civil, a la purga travestida de caracteres laudatorios.

En un país con un servicio exterior de gran solera, en manos, sobre todo, de profesionales de la diplomacia, parecería lógico que únicamente los políticos más preparados dieran el salto a una embajada. Y eso siempre como reconocimiento a sus méritos personales y como muestra de la confianza del presidente del Gobierno depositada en ellos.

En el caso de Montero el ofrecimiento era, bien al contrario, una consecuencia del recelo de su exjefe; más aún, una clara represalia y un destierro en toda regla al lugar más alejado posible de la actualidad política española. Sánchez no lo tuvo fácil, porque Irene no habla inglés con fluidez, y menos para un desempeño tan exigente como una embajada, de manera que no era posible destinarla al extremo Oriente o a Oceanía. Así las cosas, había que buscar la capital de la nación de habla española más alejada de Madrid, y ese puesto lo ocupa Santiago de Chile, aunque el presidente hubiera preferido, a buen seguro, que la embajada de España en ese país hubiera radicado en la Isla de Pascua o en la ciudad antártica de Puerto Williams.

El currículum de Montero no daba para demasiadas exigencias, por lo que su alternativas pasaban por aceptar esa humillante oferta, o quemar sus últimos cartuchos políticos tratando de hacer el máximo daño posible a Sánchez y a su trepadora vicepresidenta, que parece ser lo que ha elegido finalmente. O, incluso, a lo peor, volver a la caja del Saturn, quizás lo más honroso que hubiera podido elegir.

Como acostumbra a repetir Arturo Pérez-Reverte, Pedro Sánchez es un pistolero, un personaje sin escrúpulos que usa a su antojo a quienes le rodean y que, cuando ya no le resultan útiles, no tiene empacho alguno en despedazarlos. La lista es abultada. Y la siguiente en esa lista es Yolanda Díaz.