OPINION

Los erizos

Julio Fajardo Sánchez | Viernes 01 de diciembre de 2023

Una familia de erizos, la madre y dos hijos, vienen a comer a la puerta de la cocina de casa cada noche. Dan cuenta de los friskies que han dejado los gatos. Son simpáticos, con sus ojos pequeños, sus púas grandes y sus bocas como trompas diminutas y concisas. El aspecto punzante de su piel no invita a las caricias, por lo que se pierden algo de nuestra amabilidad. En esto no son iguales a los gatos. De las dos gatas que figuran en el censo, una es insociable y la otra melosa. Yo pienso que una es más interesada y la otra está empeñada en mostrar su independencia. Prefiero a la segunda aunque no se deje tocar. Cuando me acerco a ella empieza a frotarse el lomo con lo primero que encuentra, mostrando un deseo que no se atreve a poner en práctica. Pienso que ella se lo pierde, pero la pobre no lo sabe hacer de otra manera. Padece la enfermedad de los tímidos. Como forma parte del padrón del domicilio, de vez en cuando hay que llevarla al veterinario y esto se convierte en un grave problema.

Los erizos no son ariscos, van a su aire y quieren dejar patente que no están interesados en otra guerra que no sea la de su supervivencia. No atacan a los ratones ni a otros pequeños mamíferos y se sirven de sus púas para asustar a sus posibles depredadores. Se defienden con un aspecto agresivo que no lo es en absoluto.

Conozco mucha gente así, protegiéndose de su falta de beligerancia con falsos escudos agresivos. Son buenas personas que pasan desapercibidas en sus guetos durante el día y salen de noche a buscarse las viandas en un contenedor o a tropezarse con alguien que no les tenga miedo y comparta con ellos una muestra de afectividad. La vida es una extraña aventura donde conviven agresiones y solidaridades, y hasta los más espinosos buscan resolvérsela de la mejor manera que pueden.

Últimamente me encuentro con gente como los gatos, mansos y salvajes. También los hay asilvestrados que tienen que ocultarse de los biólogos que están más a favor de los lagartos que se comen. Hay erizos en las sombras, advirtiendo eso de no me toques que te pincho. Son inofensivos, pero se tienen que esconder para que no los confundan con el enemigo y los ataquen indiscriminadamente. A mí todavía no se me ha ocurrido disfrazarme de Espinete, y ando desempeñando alternativamente el papel de las dos gatas: a veces franco y entregado y otras huidizo y sacando las uñas cuando me siento amenazado.

Ahora veo cortos de Tom y Jerry y siempre gana el ratón, pero yo sé muy bien que eso en la vida real no es así. Tom es más grande y más astuto, aunque el ratón tenga que desempeñar todo su ingenio para evitar sus ataques. El gato es un abusador. En esta vida no se puede ser bueno, aunque esta palabra sirve para calificar a la bondad tanto como a la pericia.

Recuerdo el chiste de un novato que fue a apostar a una riña de gallos, y, como no sabía, preguntó cuál era el bueno. El negro, le dijeron. Puso todo su dinero a favor de él y, nada más salir a la palestra, el otro le dio dos espuelazos dejándolo muerto en el suelo. Entonces se dirigió al que le había aconsejado. ¿No me dijo que el negro era el bueno? le increpó. Y el otro le contestó. Sí, el negro era el bueno, el rojo es un criminal. Estamos rodeados de buenos y de criminales. Entre los dos construyen el falso escenario de la batalla. Luego están los erizos, la madre y los hijos que vienen mansamente a comerse las sobras cada noche.