OPINION

Juicio a los móviles

Daniel Molini Dezotti | Domingo 05 de noviembre de 2023

No es que me congratule, es que estoy saltando de alegría. Que en el país más desarrollado del mundo, el más tecnológico, también uno de los más enfermos de soberbia, violencia y presidentes inmorales, se hayan puesto de acuerdo 41 estados para entablar una demando conjunta contra la célebre y multimillonaria empresa Meta, propietaria de Instagram y Facebook, es un paso de gigante.

A veces, la alegría me multiplica los adjetivos, por eso hoy se me tendrán que perdonar los excesos para denunciar las trampas que se cometen para ganar dinero, multiplicándolo hasta límites indescriptibles, como hacen las aplicaciones espurias, la inteligencia artificial y las pantallas adictivas que consiguen, además de rentabilidad, disminuir la autonomía de las personas.

Una mujer de nombre heroico, Frances Haugen, en el año 2021 demostró, con documentos verdaderos, que los ejecutivos de Facebook e Instagram eran conscientes de los daños que propiciaban en los más jóvenes, además de difundir noticias falsas y alentar contenidos violentos.

Una vez invitada a declarar en el Senado de EE. UU. y tras saberse lo que se supo, muchos padres de adolescentes iniciaron demandas a las redes "sociales" por los trastornos mentales, alimenticios o suicidios que potenciaban.

Esto no era algo nuevo, se sabía, los expertos lo sabían, lo anunciaban, lo advertían, como el eminente psicólogo clínico Francisco Villar: "El abuso de las pantallas hace que los jóvenes pierdan habilidades para afrontar la vida, ahonda su sensación de malestar y deteriora su salud mental".
La sabían todos, los de Twitter, los de TikTok, Elon Musk, Zuckerberg, los de X, los de Y y los de Z, en realidad los de todos el abecedario.

Sabían que sus engendros afectan la agudeza visual, alteran el sueño, perturban la socialización, que en vez de hablarse con compañeros de aula o de mesa mirándose a la cara, de banco a banco, lo hacían a través de emoticonos.

Sabían que torpedeaban aprendizajes, que aumentaban la ansiedad, la depresión, los trastornos alimentarios, que multiplicaban el fracaso escolar, el acoso y también el suicidio.

Grandísimos adultos sin vergüenza, ¡lo sabían perfectamente!, porque lo habían estudiado sus asesores y lo deja claro la experiencia más elemental: cuando se está mirando una pantalla no se puede mirar otra cosa, ni personas, paisajes, juegos, vida.

Sabían que conseguirían cancelar con sus miserables entretenimientos el aburrimiento de los chicos, tan necesario para encontrar sentido a la creatividad.

De la casualidad, también del aburrimiento, surgieron grandes obras, creaciones maravillosas, teoremas, teorías, progresos y ellos sabían que, después de sesiones maratonianas de batallas, persecuciones, explosiones multicolores y poses para mostrar pecho, o nalga, quedaban vacíos.

¡Por eso no dejaban utilizar el teléfono a sus propios hijos!, cansados de la falta de atención a sus requerimientos, de esperar el fin de la conversa, o la partida que nunca acaba.

Los científicos que se preocupan, no los que hablan por hablar, no los que defienden libertades malentendidas, no los que no tutelan a los débiles, sino los que expertos, que antes de enseñar aprendieron, aseguran que los móviles deberían desaparecer, prohibirse hasta los 16 años.

Escuchémoslo: "Hasta los 6 años, nada de pantallas, a partir de ese momento, un máximo de 30 minutos al día. Jamás usar pantallas por la mañana antes de ir al colegio, ni antes de acostarse, ni mientras se hace otra tarea como comer.

Los móviles: nunca antes de los 16 años."

Volvamos a los bandidos, a los más avariciosos del planeta, a los que tienen alma de litio. Sabían que tenían un producto que se vendía mejor que bien y que era nocivo.

Por eso, las denuncias se basan en el engaño hacia el consumidor y a las alteraciones que producen en la salud física y mental. La demanda no va a regatear nada de los peligros asociados a las redes sociales.

Los muy perversos, a pesar de las prevenciones que les llegaban, siguieron estrujando sus meninges para obtener un modelo cada vez más rentable, inventando estímulos para que los jóvenes dedicasen cada vez más tiempo al uso compulsivo, al hipnotismo lelo de las plataformas, manipulándolos con gratificaciones.

¡La sabían!; sin embargo, aseguraban que eran seguras, aunque las adicciones pudieran hacer fosfatina a las neuronas y a punto estuvieron de sacar al mercado productos casi para lactantes.

Finalmente, instituciones de bien, colegios, gobiernos, han demandado a la multinacional más odiada para que asumiesen los gastos de pedagogos, psicólogos, psiquiatras, que trabajan intentar arreglar lo que están rompiendo.

Ojalá, que a fuerza de indemnizaciones, multas y castigos los dejen tiesos de dólares y libertad, porque se lo tienen merecido.

Si no les pasa nada, porque ya se sabe que los caminos de la justicia son inescrutables, ojalá tomen nota los usuarios, los padres, los abuelos y los anunciantes, y también los complacientes países, para poner orden a las empresas cuando hacen lo que quieren.

¿Qué pinta Facebook en España, o TikTok e Instagram, ¿por qué no están prohibidas si ni siquiera pagan los impuestos que deberían pagar?

¿Por qué no se prohíben los móviles a los niños en los colegios, o no se aplican tasas para hacer de su compra algo inviable para ser usados como chupetes? Las tendencias suicidas en jóvenes se multiplicaron por cifras estremecedoras. ¿Qué esperan los adultos para actuar?, si hoy le quitamos al móvil a un niño seguro que se va a frustrar bastante, una temporada, pero los que saben, dicen que si no se los quitamos, es posible que se vayan a frustrar mucho, para siempre.

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