Dos derechos fundamentales se miran a los ojos, como hacen tantos otro en muchas ocasiones generando la crisis y el conflicto del que estamos llamados a salir poniendo orden y concierto en nosotros para protegerlos a ellos. Me refiero al derecho a la propiedad privada necesaria para cubrir las necesidades propias y de la propia familia, con el derecho que todos tenemos a participar de los bienes de la tierra; o sea, la finalidad universal de los bienes de la tierra. O sea, que lo mío es mío, pero debe beneficiar a todos. Mío, para mí, y solo para mí, no es compatible con el derecho humano a participar de los bienes de la tierra. Y este principio general debe estar incrustado en el derecho a la propiedad que cada cual necesita para llevar adelante la satisfacción de sus necesidades personales y familiares. ¿Y qué hacemos cuando hay conflicto?
Pasa lo mismo con los derechos a la salud y la libertad individual cuando se mira a los ojos con el derecho de toda persona a la vida. ¿Qué prima? ¿La libertad individual de una pareja que se ha visto sorprendida por un embarazo inesperado o el derecho a vivir del ser humano que navega tranquilo en el océano de las entrañas de su progenitora? ¿Qué se debe hacer cuando hay conflicto entre derechos y no sabemos a qué deber dar prioridad?
El último de los artículos de la Declaración Universal incluye una afirmación que puede ayudarnos. Se niega la posibilidad de: “(…) realizar actos tendientes a la supresión de cualquiera de los derechos y libertades proclamados en esta Declaración”. O, dicho de otro modo: los derechos, o todos o ninguno. Del conflicto debemos salir sin descartad derechos, sino procurando buscar la fórmula creativa en la que todos resulten satisfechos.
Porque por el camino de la exclusión, como quien quiere acabar con la rabia eliminando el perro, se sale rápido, pero no siempre adecuadamente. Son los derechos como vasos comunicantes que se necesitan mutuamente hasta el punto de que si uno no se cumple o se soslaya o se elimina, todos los derechos son inculcados. Una mirada íntegra es la que se necesita. No desenfocar, sino incluir, sumar, inventar caminos para que nadie sufra merma en los derechos que sustentan el bien común. Tal vez debamos incluir el deber de la creatividad. Porque hemos de ejercer la irrenunciable tarea de buscar caminos creativos para mantener la concomitancia de los derechos en medio de la variabilidad de circunstancias vitales. La adopción, por ejemplo, es una fórmula creativa que la humanidad se ha dado para darle posibilidad de vivir a quien vive.
Lo que yo tengo, que no es tanto lo que tengo, debe estar, de alguna manera, al servicio del bien de todos. Porque si, por ejemplo, yo mejoro como persona leyendo un libro, ese libro mío ya está sirviendo a todos al transformar mi vida en algo mejor para los demás. O si lo que tengo, y no uso, lo presto mientras no lo necesito, ya está prestando un servicio a los demás.
Mi amigo y diácono de la Parroquia me dijo cual era “su huerta”. Tener una huerta en estos tiempos en los que una papa es un artículo de lujo, es tener un tesoro. Lo bueno de aquella afirmación de “su huerta” es que lo hacía sobre lo que es un bien comunitario por serlo de toda la Parroquia y estar situada a la vera del viejo Drago del Seminario.
Debo agradecer haber escuchado el posesivo que establece la posibilidad de sentirnos copartícipes de los bienes de la tierra. ¡Qué bueno es respetar los derechos humanos!