OPINION

Budín inglés al estilo Bobby

Daniel Molini Dezotti | Domingo 02 de julio de 2023

He decidido utilizar la columna para revelar un secreto, y voy a empezar ya, para que no me pase lo de siempre, que comienzo a subordinar oraciones y no llego a concretar el objetivo pues me sorprende el punto final.

Hoy pretendo exponer a la luz una obra maestra de la repostería, conseguida con la “complicidad” de un joven amigo de nombre Joan, y hacerlo utilizando palabras, para demostrar que la parafernalia de los cocineros de la televisión es eso, parafernalia, por no decir algo más contundente vinculado con el averno, cuando cocinan concursos con fuego, vapores y calores de humillación.

Intentaré ser riguroso con las indicaciones “sustraídas” por Joan, donde lo primero que constan son los ingredientes.

Luego llegarán las advertencias, de momento vamos a necesitar 100 gramos de nueces, 100 gramos de fruta glaseada, 100 gramos de pasas de uva, 250 gramos de azúcar, 250 gramos de harina, 8 yemas de huevo, 4 claras, 3 cucharaditas colmadas de polvo Royal, 3 cucharadas de cognac, 1 cucharada de extracto de vainilla, 150 gramos de mantequilla.

Las preguntas comienzan pronto, de hecho vienen multiplicadas, ¿8 huevos?, ¿250 gramos de azúcar?, ¿150 gramos de mantequilla?

Reconozco que no va a ser una confección idónea para personas con problemas de diabetes, colesterol o exceso de peso. También asumo la recriminación de quienes aseguren que la formulación no parece saludable.

No hay problema, acepto todo, pero ruego se tenga en cuenta que se viene transmitiendo de generación en generación, con las mejoras propias del cariño, que se hizo por primera vez cuando la nutrición se llamaba de otra manera, que no es para todos los días, que será destinado a una ocasión de conmemoración superlativa.

Después de lo dicho pueden abstenerse de seguir leyendo quienes no se hayan conformado con la explicación, eso sí, se quedarán con la incógnita de conocer el modo en que se hace y a lo que sabe al final.

Para aquellos que sigan la lectura: toca trabajar.

Lo primero que vamos a hacer es batir la mantequilla con el azúcar hasta conseguir una crema, sin pasarnos con la maniobra. Basta estar atento a la magia, momento en que las dos sustancias se van uniendo para formar una tercera, que no es igual a la suma de las dos, no sé si me explico.

Es algo parecido a lo que sucede cuando el poeta, hablando de amores, asegura que uno más uno es mucho más que dos.

Regreso, que me estoy descentrando. A esa crema le vamos a ir añadiendo las yemas, al tiempo que batimos con un tenedor, instrumento agresivo que vamos a usar cariñosamente, mientras incorporamos vainilla, el brandy, ¿cognac?, todo bien mezclado, homogeneizado con ternura para que no se desconsuele, porque lo vamos a abandonar un momento, apartado, como si lo dejásemos en penitencia.

Nos mudamos para batir las claras hasta el punto de nieve, sin máquinas por favor, con un batidor de mano, golpeando y levantando desde abajo hacia arriba, mareando el conjunto.

Creo que me está saliendo una receta matemática, tenemos suma de partes, conjuntos, me falta un teorema.

Lo voy a desarrollar: “Si a un conjunto de claras batidas se le agrega una pizquita de sal o se realiza con claras que no están frías, el punto de nieve se alcanza más rápido.”

Dejo la demostración para los no pitagóricos. en nuestra cocina ya tenemos dos conjuntos y vamos a por un tercero.

Enharinamos pasas, nueces y frutas ya cortadas, agregamos harina con el polvo Royal, poco a poco, despacito, a ritmo de canción, con entusiasmo por la música ya que las claras también quieren bailar,

Lo hacemos con movimientos de abajo a arriba, suaves, integrándolas a la masa de los conjuntos, para hacerla más rica, más melodiosa, más suave.

No sospecha esa mezcla de productos unitarios que su existencia se va a metamorfosear, porque después de tanto cariño vamos a colocar la suma de todas las individualidades en un molde untando con mantequilla y harina, para trasladarlo luego a un horno más que tibio, que estará a una temperatura de 160 grados.

Justo allí, donde el calor se concentra, el el centro mismo que el termómetro señala con un ¡no va más!, dejamos el preparado, sintiéndonos un poco culpables.

Suele pasar que en el momento de comprobar que un conjunto fenece para alumbrar a otro, de un poco de pena, pero la alegría no tardará en llegar.

Aproximadamente a los 20 minutos empezamos a curiosear el curso de la cocción. Para ello pinchamos con un cuchillo aquello que empieza a brillar como el oro y cuando salga limpio ya estará, no hay que esperar más. Algunos caprichosos se empeñan en demorarse, ignorando que, con esa tardanza, el conjunto, la aritmética y la música se van a secar demasiado,

A veces, no es pecado ostentar, se puede espolvorear con azúcar, nueces y frutas antes de meter en el horno, porque esta maniobra, además de dar gusto, decora, regalando color a los ojos.

De esta forma, el budín inglés estará terminado, sólo resta cortar con otro cuchillo, cuando ya esté frío, una tajada o rebanada o como se diga y dejarse embriagar por los sentidos, porque llega el momento de la degustación: ¡sabe a gloria! La receta de Bobby concluye con un un deseo “buen apetito”.

Alguien podría preguntar, ¿quién es Bobby?, pero eso no tiene respuesta, pertenece a otro artículo, en el que esperan otras dos reporteras virtuosas, mi tía Carola, capaz de trasladar su dulzura hasta el mismísimo cielo, y Cristina, amiga que regala sabores insospechados por pura bondad.


Noticias relacionadas