OPINION

¿Usted sabe quién soy yo?

José Luis Azzollini García | Lunes 15 de mayo de 2023

Tremenda frase usada por gente que ha sido “iluminada”, por una divinidad -no concretada-, como seres provistos de unos poderes que para sí los quisieran los habitantes del mismísimo centro del Olimpo de los dioses.

Cuentan -quienes relatan anécdotas- que en un examen de derecho -cada cual lo cuenta en su propia facultad-, un alumno, tenía que dar por terminada su prueba, sin haber podido escribir nada que contestara dignamente a lo que se le había preguntado. El problema estaba en que era la última de sus oportunidades antes de tener que someterse a la de gracia. El alumno, esperó a que la mayor parte de sus compañeros hubieran terminado su examen y lo hubiesen depositado, uno tras otro, sobre el montón de pruebas que se iban apilando sobre la mesa del profesor quién, desde allí, controlaba la situación. Se levantó con paso firme y, decidido, se dirigió a la mesa y le preguntó al catedrático: ¿Usted sabe quién soy yo? – No tengo el gusto de conocerle, contestó. Acto seguido, metió su documento en blanco sin firmar, entre medio de los que ya se encontraban sobre la mesa, y marchó. De esa manera, pensó, su participación no se vería comprometida. Esa fue una de las veces que oí hablar de la pregunta del encabezamiento. No estoy seguro de que al alumno le hubiera servido de mucho pero, de momento, había pasado el mal trago.

En otra ocasión, esa preguntita, la leí, la escuché y hasta me cansé de oírla y leerla, en la prensa. Fue en ocasión de una visita, parece que no oficial, de un Presidente de uno de los Cabildos canarios, a la capital de España. En horario nocturno y acompañado de alguien de la familia, se vio obligado a hacer uso de ese comodín, al parecer, con poco éxito. ¡Todo cristo sabía perfectamente de quien se trataba! Y, por si cabían dudas para tener claro el asunto de marras, no había más que referirse al acta que, algún miembro de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, supuestamente, levantó de lo sucedido. ¿Usted sabe quién soy yo? El Sr. Presidente de Cabildo, tuvo que identificarse y naturalmente el agente, o agentes, pudieron conocer que se trataba de un ciudadano que, al parecer, no estaba actuando conforme a lo recogido en el librito de “urbanidad y buenas maneras” (Manuel A. Carreño, 1853) que nos entregaron a todos los que tenemos edad como para haberlo recibido. ¡El señor presidente también lo tuvo!

Esa preguntita, en algunos casos, viene reforzada con aseveraciones poderosas que refuerzan, con rotundidad, el hecho de que, quien la dice, tiene ese halo del que hablé al principio, y que, tal vez mereciera la pena retirarse dos pasos atrás o, si se considera oportuno, ponerse en posición de firme. ¡Usted no sabe con quién está tratando! ¡Se le va a caer el pelo! - Sí, Señor.

Era mucho más divertido cuando quien tiraba de pregunta era en las historias del personaje “Pepe Monagas” (Francisco Guerra Navarro 1948) en su cuento del “maestro Manuel Burro” en su lecho del dolor “¿me conoce Manolito?” Está clarísimo que el que la usa en ese tono, hará muchos más amigos y adeptos que quien, como en los casos anteriormente expuestos, lo hace para engañar, los unos, y para esquivar una metedura de pata gloriosa, los otros.

Y como la historia tiende a repetirse, en estas fechas recientes, se ha vuelto a dar una ocasión para que alguien volviera a hacer uso del comodín de la pregunta o de la expresión -tanto efecto hace lo uno, como lo otro-. Supuestamente, la policía de un aeropuerto ha tenido que volver a pasar el examen con un personaje de la política, ¡Qué comerán!, que se negó a pasar por el aro por el que pasa quienes viajan con una compañía aérea que se toma muy a rajatabla lo del peso del equipaje. La incidencia hubiera pasado inadvertida si no fuera porque el susodicho, pertenece a un grupo que debe dar ejemplo de civismo -entre otros ejemplos-, al estar en labores gubernativas en estos momentos. Tal vez esta persona se metió tanto en su papel de la prepotencia del pasado que pensó que su apellido le otorgaba poderes de la mismísima raleza. ¡No sabe Usted con quién está hablando! Los policías, naturalmente, chijaditos[1] de miedo como nos podremos imaginar. Cuanto miedo sería, que invitaron, al ilustrísimo, a conocer de cerca las instalaciones policiales y los mecanismos judiciales para salir del follón en el que posó sus pantorrillas -lugar hasta donde le llegó, el agua del charco, en el que se metió-.

Pudiera parecer que, si nos encontramos ante alguien que nos hace la pregunta de forma directa, tengamos que reconocer que estamos ante un miembro poderoso de algún tipo de organización; llámese pública o privada. Cuando la formulan es, porque pueden hacerlo o tal vez sea porque “creen” que puedan; aunque, la realidad muchas veces, nos lleva por otro camino. Hoy en día, se tiende más a concluir que, quien actúa de forma tan prepotente, suele esconder temores, debilidades y algunos “puntitos” más que deberían ser analizados y tratados por especialistas de la psicología.

Hoy en día conocer a una persona que tiene actividad pública, es sumamente fácil. Los medios de comunicación, nos traen sus rostros hasta nuestras viviendas a través de la tele. La prensa escrita, suele colocar fotos de sus caras en portada cuando es algo gordo, o desean llamar la atención. Pero, además, el mundo de los móviles ya no deja duda sobre los niveles de conocimiento que cada cual tenemos sobre los demás. Con todo esto, resulta imposible entender que, ante una situación incómoda, alguien pregunte a la persona con quien mantiene un debate acalorado -vamos a dejarlo de ese tamaño- eso de ¿Pero Usted sabe con quién está hablando?, o sin pregunta, sino sentenciando: ¡usted no sabe con quién está hablando! Está claro que la persona que así se conduce por la vida, no está tratando de saber si es conocida. Normalmente se busca amedrentar; se trata de meterle una incertidumbre en el cuerpo al interlocutor para que le llegue hasta el mismísimo tuétano. En definitiva, esa persona busca salir airosa de una situación que, claramente, se le ha escapado de las manos. No sabe cómo reconducir, a zonas menos caudalosas, el debate que mantiene. Y, como no tiene idea, ni en muchos casos, preparación para ello, tira del recurso que más a mano tiene. ¡Ojito conmigo!

La población en términos generales se ha ido formando cada vez más y mejor. Y con ello, ha ido consiguiendo que este tipo de sujetos -también se incluye a las señoras- ya no encuentren parroquia en la que predicar su sermón.

Mi sugerencia es que cuando tengamos frente a nosotros, a alguien que use esta especie de tinta de calamar, le repreguntemos quién es. Y, cuando nos responda, le volvamos a preguntar más por su vida, sus costumbres, sus inquietudes, su currículo vitae, sus logros, lo que espera de la vida. ¿Quién sabe?, tal vez estemos ante una persona que, realmente, se siente poco conocida y desea serlo. ¡No cuesta nada hacer feliz a la gente!

[1] Chijado.- En el habla canaria, tener miedo, asustarse. Lo de “ito”, es una forma de expresión isleña.


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