OPINION

“Mirando al mar, soñé”

José Luis Azzollini García | Lunes 20 de febrero de 2023

Precioso bolero que nos dejó Jorge Sepúlveda, -si no he anotado mal su titularidad-. Decía, también otra canción popular aquello de: “esta noche no alumbra, la farola del mar”. Una y otra me vienen al pelo, para estructurar este artículo. La primera de ellas, me evoca pasajes de mi niñez y de mi juventud, relacionados con la conexión que, la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, tenía -lo he escrito en pasado- con el mar. Con su puerto. La otra me dice que las cosas tienen un final y casualmente, también me produce un recuerdo de lo que fue -vuelvo a escribir en pasado- y ya no se vive con la misma intensidad.

Santa Cruz de Tenerife, tiene un acercamiento lógico con el mar. Su puerto es o al menos lo era, una puerta de entrada y salida de mucho de lo que comemos y de muchísima gente que nos visita o que parte a otras latitudes. Esto no estoy muy seguro de ponerlo en pretérito o en presente. Sí que es verdad, que tal y como se baila, me da la sensación de que, lo que realmente será difícil, de usar son tiempos verbales de futuro, al hablar del puerto de Santa Cruz.

A quienes tenemos ya edad de peinar muchas canas, o solo canas, nos llegan sentimientos encontrados entre los bonitos recuerdos de nuestro pasado y la tristeza por el devenir de la zona portuaria de la ciudad. Al hablar de futuro para este rincón, se nos llena el corazón de una tonada algo más melancólica.

De niños, era la costumbre de nuestros mayores, llevar a la gente menuda, hasta la Plaza de España y la Alameda del Duque de Santa Elena. El correteo por toda aquella gran plaza llena de escalones, jardines y rincones donde esconderse; sillones colocados estratégicamente entre pérgolas de flores a modo de sombrillas; convertían el enclave, en el lugar ideal para pensar en días felices. En aquella gran plaza de España, con sus dos “enormes soldados” custodiando el monumento a los caídos, se podía subir a lo alto de la Cruz -ahora parece que se plantean volver a habilitar su ascensor- y ver la panorámica.

Otra excursión que se hacía desde allí, era hacia la zona portuaria. Cruzando la Avda. de Anaga, se accedía a una pequeña calle de adoquines, y tras dejar atrás el barco de la Luz, la marquesina, carritos ambulantes y por supuesto la farola del mar -un pequeño faro, en cuyo interior, hubo un antiguo despacho de arbitrios-, se llegaba hasta unas escaleras -las recuerdo empinadas- que, en dos tramos, daban acceso al muro de abrigo del muelle sur desde donde se veían los prismas que servían de protección en su lado abierto al mar. Por esa parte alta se paseaba y se veía, desde arriba, el deambular de taxis, camiones y personal que subían y bajaban de los barcos allí atracados. El Puerto estaba en la mente de todos los que vivíamos en esta ciudad. ¡Se vivía el puerto!

También era habitual, realizar otro paseo por la Avenida de Anaga -su denominación oficial es Francisco La Roche-. Su amplia zona peatonal, llegaba hasta el Castillo de Paso Alto, donde una batería de antiquísimos cañones, acompañaban al más famoso de todos ellos: el cañón tigre. Debajo, estaban lo que nos decían que eran las mazmorras. Lugar al que se bajaba poco, porque al decirte que era un lugar que había acogido a presos, daba un poco de temor. Con el paso del tiempo, se fue descubriendo que, aquel siniestro lugar de habitáculos abovedados y cerrados con verjas de hierro, no era más que un antiguo almacén de la munición de la artillería allí dispuesta.

Todo lo que allí se vivía, constituía una aventura diferente en cada visita. Los paseos eran largos pero nunca aburridos. Un lugar, no desmerecía de otros, pues en cada punto se hacía algo distinto. Juegos infantiles en la Plaza de España, vista de ajetreo portuario desde el muro, encuentros con la aventura vivida por las milicias de Santa Cruz en la zona del Cañón Tigre. El regreso a nuestros hogares, es lo que más costaba. Ya metidos en la adolescencia y juventud, los lugares seguían estando y las visitas también se producían, aunque ya eran acompañadas por otras personas que no eran aún familia -en muchos casos, nunca llegaron a serlo-.

Hoy en día, el Puerto, la Plaza de España y el mismísimo Paso Alto, han cambiado tanto, que reconocer los rincones de antaño, se hace difícil. Ya sé que el progreso lo va transformado todo y no siempre se puede decir que haya sido a peor. La estética, es una cuestión de gustos y su valoración dependerá del aprovechamiento que, cada cual, haga de su paleta de colores.

La Plaza de España, aun conservando algunos elementos que recordamos -parece que se pide quitarlos con la Ley de Memoria Histórica en la mano- ha cambiado bastante su aspecto. Ahora tiene hasta un lago con un chorro de agua que en tiempos de brisa, tal vez sería bueno cortarlo. Yo, echando de menos los bancos con sus pérgolas, no podría definir que lo actual sea peor que lo anterior. Es diferente. En el subsuelo de un rincón de dicha plaza -que hay que buscar tal y como se hace con Willy- ahora está el famoso cañón Tigre. Ya no es costumbre ir paseando hasta Paso Alto. Allí queda poco que ver, pues ni está este elemento artillero, ni están los demás que han sido trasladados al museo de Almeyda -el cuartel dejó de ser una infraestructura absolutamente militar para tener otro protagonismo algo más cultural- En el entorno de la Plaza de España, ya tampoco se verá a los pescadores que con con sus cañas echaban el día en el muro que existía frente al Cabildo.

Pero, lo que más destaca si hacemos un comparativo de lo que hoy se observa con lo que se vivía en tiempos pretéritos, es el cambio habido en la zona portuaria. Esto bien merece una reflexión, pues se ha pasado de un movimiento de gente y vehículos de forma constante, a la quietud de ahora; incrementada con una gran explanada vacía entre la mencionada plaza capitalina y el mar que, antiguamente y con temporales, la bañaba. Puede ser que se vea tan solitaria porque falte por crecer la flora plantada entre los elementos para sentarse que se han construido. Pudiera ser, también, que se captara esa soledad porque a nadie se le ha ocurrido plantar algún lugar de restauración en sus alrededores a modo del desaparecido “kiosko de Los Paragüitas” ¡Qué ricas las cañas con los berberechos aliñados! Tal vez se trate de que ese espacio se vea, ahora, lejos y lugar de tránsito de patinetes y bicicletas, con el posible peligro que las familias puedan intuir para pasear. Por poder ser, puede que de lo que estemos hablando sea, simplemente, que el Puerto de Santa Cruz, ya genera tan poco movimiento que no merece la pena ni ir a ver lo que allí se cuece. Y esto resulta, cuanto menos, difícil de entender pues la actividad portuaria tiene un equipo directivo como para dedicarle tiempo y esfuerzo en llenar los atraques y devolver la vida marítima a sus usuarios que puede que se hayan llenado de canas, pero no han perdido tanto la vista como para captar que algo no funciona bien en el Puerto de Santa Cruz de Tenerife. Si Nelson volviera hoy, entraría como Pedro por su casa y llevaría, a los hijos de sus descendientes, a jugar en el bonito parque infantil que han instalado allí ¡Denle vida a ese Puerto, por Dios!


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