OPINION

La urticaria nacional

Juan Pedro Rivero González | Jueves 12 de enero de 2023

En nuestra sociedad, en la que tanto presumimos, teóricamente, de pluralismo y diversidad, suele haber cierta actitud vergonzante en relación a la dimensión espiritual y a la experiencia religiosa personal. Hemos cambiado la presencia religiosa en la esfera pública normalizada y promovida durante cuarenta años, y la hemos trasladado al exclusivo ámbito privado durante los cuarenta siguientes. Es una experiencia peculiarmente española.

Usar los términos adecuadamente es importante. La actitud religiosa es personal. Es fruto de la libertad personal que es un derecho universal reconocido. Personal, si; privada no. Porque cualquier dimensión de la persona tiene efectos en la vida pública. Respetar la libertad personal no es privatizar la vida personal. Igual que la salud, la educación, el ocio, etc., la vida espiritual es una opción personal con relevancia pública, con efectos en la vida social.

Además, la dimensión espiritual de la persona es parte de la estructura que ha de ser desarrollada para que esta sea integral. Debemos cuidar la capacidad espiritual. Sería un error contentarnos con una capacidad de la que no desarrollemos su competencia. Una sociedad debe ser, desde la libertad de opciones, capaz de desarrollar tanto la capacidad como la competencia espiritual.

En el ámbito de los estududios sociales, la vertiente espiritual de la persona humana viene siendo estudiada con rigor y desde la evidencia de su capacidad de potenciación del desarrollo integral desde hace muchos años y desde diversas perspectivas. Pero no frecuentemente en España donde parece ser que es una dimensión que no posee la capacidad de se le atribuye en otros ámbitos nacionales. También en esto España es diferente.

Al menos yo siento que no solo es importante mi vida, sino su sentido; que no solo debo cuidar mi salud física y psíquica, sino mi dimensión de autotrascndencia y espiritualidad. Cada uno descubrirá el modo cómo desarrollarla, y buscará con la honestidad de su conciencia dónde alimentarla. Pero contentarnos con el techo y las ventanas de casa sin mirár más allá y reconocer que detrás de las ventanas y las puertas de nuestra vivienda hay vida y otras realidades accesibles, es amputarnos una capacidad que nos hace, de alguna manera, superiores al resto de los seres vivos.

Cuerpo, psique y espíritu. Tres componentes que nos identifican. Cerebro y mente, como aspectos complementarios que nos sitúan en un espacio de interioridad y trascendencia que nos hacen capaces del misterio. No por desconocido, sino por trascendente. Renunciar a ello es, a mi juicio, renunciar a nuestra peculiar identidad.

Estos días he asistido en Madrid a un encuentro formativo que procuraba ofrecer pistas y criterios para reconocer la importancia de la dimensión espiritual en los procesos de inclusión social, en la actividad de los educadores y trabajadores sociales. Me llamaba la atencón que la inmensa mayoría de la bibliografía y de los estudios presentados no eran de España. Me preguntaba qué nos había pasado para que nos devenga esta urticaria nacional a la hora de pensar en nuestras dimensiones personales.


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