Mi madre, que en paz descanse, me contaba que en su época de juventud -postguerra de España- existía un sistema de compra de productos esenciales cuyo control se llevaba a cabo con un sistema al que se llamaba “cartilla de racionamiento”. Cada familia, en tiempo de necesidades, tenía derecho a una cantidad de determinados productos que venía establecido en dicha cartilla. Niña, vente a la tienda y tráeme tal o cual cosa. Y, mi madre, como chiquilla obediente, de la época iba, se ponía en una larga, larguísima cola, y se proveía de lo que su familia le había pedido. Si no te espabilabas, podías encontrarte con las puertas del establecimiento en las narices; unas veces por no abrir en horario de 24 horas, y en otras porque tal o cual, o todos los productos a los que se tenía derecho, se habrían agotado.
Me cuentan otros amigos, venidos desde Cuba, que en dicho País, lo de comer carne de res, era un imposible; comer carne de cochino -cerdo- o puerco como le dicen por allá, era una cuestión de jugarse el pellejo, pues había que tener al animal escondido e irle dando de comer, hasta que le llegara su “San Martín”. Mientras tanto, lo que se comía, era lo que tocaba, mediante un reparto “justo” y “equilibrado” y controlado por las autoridades mediante algo que, por lo que me han contado, se parece mucho a las cartillas que mi madre me nombraba.
En grupo musical tinerfeño de “Los Sabandeños”, en otro orden de cosas, cantaba algo sobre la participación de “los intermediarios” en el mundo agrario. No se las voy a cantar completa, pero la canción habla de quien gasta coches de lujos, grandes casas, fantásticos barcos, frente a lo poco que el negocio frutero le deja a quien realmente trabaja la tierra.
Todo esto es ya agua pasada, por lo que la posibilidad de que algún molino mueva sus aspas ahora, no creo que se produzca. Por ello, no merita la pena seguir recordando más casos de similar perfil de restricciones, controles y artimañas. Y, estaría bien así, si no fuera porque de repente nos hemos vistos inmersos en una crisis que por la cara de preocupación que ponen determinados políticos al hablar de ella, más bien parece la avanzadilla del nubarrón más grande que se haya visto desde que Don Noé, construyó su barquita.
Menos mal, que en nuestro gobierno nacional, tenemos gente que piensa y, además, lo hace forma práctica. ¿Para qué se va a estar pensando en el coste de la electricidad, si va a seguir subiendo igualmente? ¿Llenar nuestros tejados de placas fotovoltaicas en lugar de hacer uso de los cirios eclesiásticos? ¿Por qué razón vamos a estar cuestionado el uso de las ya tradicionales vitro o cocinas a gas, cuando siempre tendremos las útiles cocinas a leña de nuestros tatarabuelos? Que tenemos calor, pues eliminamos corbatas. Que tenemos frío, pues usamos mantas y calorcito humano. ¡Vale!, ya lo tenemos todo casi controlado para solventar la crisis. Pero… ¿y de comer, no hablamos?
Esa parte ya nos la están comenzando a resolver desde algún Ministerio. De momento se está, según parece, en el trance de saber si alguien se hace eco de lo que otros -incluidos gente del propio gabinete- ya dan como un disparate del verano. ¡No me refiero a Usted, señor Ministro de ese nuevo Ministerio que pocos aceptan como tal! Usted ha sido un valiente y ya le ha dado su visto bueno al proyecto de su colega ministerial. Tal vez sea para que el mundo entero -mundo circunscrito al territorio nacional- sepa que los proyectos raritos, no son privilegio de uno solo. Ahora, parece que falta convencer a quien lleva las riendas económicas. Y, a quien atiende los temas de la competencia. Y al mundo empresarial del sector alimenticio. Y a quien desee creerse que esa solución puede acabar con una crisis, sin coger al toro por los cuernos. Y, ¿Cómo iban a enfrentarse a un astado de esa manera, si ya está desapareciendo ese arte para algunos -un sinsentido para otros-? ¡Ya ni se acuerdan como hacerlo!
Desde el gabinete Ministerial que se suponía debía tocar temas de trabajo, han decidido aparcar los temas laborales y ponerse a empujar el carrito de la compra. Una multinacional francesa del ramo, ya les ha dicho que aprovechen la oportunidad de enganchar la oferta del “Treinta” por “Treinta”. Lo único que se debe hacer es reunir, por una parte, a los consumidores -los llamaremos C- y sentarlos a una mesa con otra parte que estará formada por las distribuidoras -las identificaremos como D-. Cuanto más tiempo estén debatiendo C con D, más descansará P –no se me ocurrió otra manera de identificar a la parte política. Tan pronto C, consiga determinar los productos básicos que habrán de estar en la cesta propuesta por P; se podrá determinar, por D, qué otros productos han de subir el doble, para que lo alcanzado por C, no se cargue el balance final de D. Y, mientras tanto P, seguirá descansando, porque C, le echará la culpa a D y éste, se la echará a C, por sus pretensiones.
El resto del abecedario, seguirá inmerso en un estado de crisis y problemáticas, que ya dura, lo que viene durando. ¡Demasiado!
¿Cuesta tanto que se pongan a trabajar sobre lo que tiene acogotado a todo el pueblo? Son tantas cosas, que no lo resuelve una cesta de la compra. Más que nada, porque las cifras del paro siguen siendo altísimas; la luz ya adelantó al problema que creó la “prima de riesgo”; la gasolina ya no da para hacer grandes recorridos y como tengamos que pagar un extra por circular por vías públicas mucho menos recorreremos; las pensiones no son suficientes para dar cobertura a las familias que se han unido a la mesa de los abuelos; La botella del gas, ya solo sirve para medio mes o para el mes entero, si se come frío y se ducha poco. Entre impuestos directos e indirectos, ya no sabemos si hemos adelantado a Suecia. ¿Le digo más, o le sirve eso para su cesta?
Una vez me dijo un jardinero, del hotel que gestionaba, -señor tan mayor como sabio- cuando le informé del incremento salarial que vería en su siguiente nómina: “a mí, no me suba el sueldo, bájeme los gastos”. ¡No me “controlen” la cesta, consigan que mi salario me permita vivir!
Señora ministra, yo le agradezco mucho su esfuerzo para mejorar nuestra calidad de vida. Se lo hubiese agradecido mucho más y con convicción, si consiguiera que las grandes multinacionales, benefactores de partidos políticos y demás gente influyente en temas económicos, se pusieran de acuerdo para dejar de tocarnos las narices a quien estamos en los escalones “paganinis”. Mucho más incluso, si consiguiera que a los proveedores en origen se le facilitaran las cosas para que su trabajo no se viera controlado por quienes jamás han tocado una asada, pero se enriquecen con lo que aquellos producen y todos comparamos.
No sé si su proyecto es una cortina de humo, o un globo-sonda pensando en su nueva plataforma política; pero a mí, al menos a mí, no termina de convencerme.